La vida dentro y fuera del geriátrico: 'Prefiero vivir en la calle que volver a la residencia'
Con 72 años, sin casa y una pensión que no llega a los 400 euros, Esperanza Pérez Martínez se ha “escapado” de su residencia, un centro 100% público gestionado por la Comunidad de Madrid. “Una vez dentro de un geriátrico ya no eres nadie”, asegura.
Esperanza Pérez Martínez tiene 72 años y ha estado esperando que se juntaran dos factores para poder “escapar” de la residencia: la paga extra y que por fin se abrieran las puertas del centro. Lo segundo se consiguió en junio con la desescalada— aunque apenas una hora al día—, pero lo primero no ha llegado hasta noviembre. Una vez conjugados los dos ingredientes, pidió ayuda para encontrar una habitación, cogió un taxi y se marchó. Sin casa y con una pensión que no llega a los 400 euros ha dado el salto porque no está dispuesta a volver. “Prefiero vivir en la calle que volver a la residencia”, asegura firme. Y es que describe su año y cuatro meses en el centro para personas mayores Santiago Rusiñol, de Aranjuez, con mucha angustia. Los meses más duros de la pandemia los pasó en aislamiento, con covid “en soledad y con visitas médicas cada cinco días”. Hoy ya lejos, se siente con fuerzas para relatar lo que ha pasado. Y confiesa que no sabe ni por dónde empezar.
“Una vez dentro de un geriátrico ya no eres nadie”, asegura. Y es que, después de quedarse sin casa y que la Comunidad de Madrid le ofreciera una plaza en este centro de gestión pública, sintió como si ya no pudiera manejar su destino. Un centro al que dedicaba el 86% de su pensión y en el que nunca tuvo una habitación para ella sola. Siempre compartió hueco con personas que se encontraban en peores condiciones cognitivas que ella. “Cuando yo llegué pregunté si se podía llegar tarde ¿Es que yo no puedo ir a tomarme algo? Se les pusieron los ojos como platos ¿A mis años yo ya no tengo derecho a nada? Hablé con una trabajadora social del Ayuntamiento de Aranjuez, y me dijo algo que no olvidaré: 'Tú ya estás en una residencia y ya olvídate de todo'. No vives, no te dejan vivir. Eres un número, menos que un número”, sentencia.
Luego llegó la pandemia, cuyos primeros coletazos en este lugar se notaron mucho antes del estado de alarma. “Nosotros la primera ola la pasamos en diciembre de 2019. Ya llevábamos muchos muertos y no sabíamos por qué. Estábamos todos con bronquitis y el médico no sabía lo que era. Cuando ya se empezó a hablar de covid le pusieron nombre”, explica una trabajadora de este centro que prefiere guardar su nombre en el anonimato. “Teníamos más de 400 residentes — el centro cuenta con 460 plazas— hoy hay 331”, asegura.
Según los datos del INE en la Comunidad de Madrid fallecieron 8.839 residentes durante la primera ola. Hay un total de 490 residencias y sólo 25 de ellas son de gestión totalmente pública, como la de Aranjuez. Según los datos del estudio de seroprevalencia del gobierno regional, esta residencia tiene una inmunidad del 78,69%, lo que la sitúa entre los primeros lugares de la enorme tabla e indica que la gran mayoría de residentes han pasado el virus.
Esperanza corrobora las cifras de fallecidos aportadas por la trabajadora para este centro. “Ha habido muchas muertes y nadie lo ha publicado. Yo esto lo sé porque mi mente está bien. Yo veía pasar cajas y cajas. A mí me atacó al aparato digestivo y tenía mucha fiebre pero no me llevaron a ningún hospital. Fue algo brutal”, sentencia.
“Yo tuve los primeros síntomas la última semana de marzo. Estuve vomitando y vomitando, postrada en la cama sin poderme mover. Nos tenían solos. Nos llevaban el desayuno y se iban. No podías llamar a nadie porque no había nadie. Teníamos dos pasillos invadidos de gente con síntomas”
Enfermar en soledad
La asociación el Defensor del Paciente ha elevado cuatro denuncias a Fiscalía en relación a la gestión de la pandemia en este centro, según confirman a El Salto. Marcelino Ortiz es uno de los familiares que ha decidido dar este paso. Denuncia que su suegra enfermó de covid y hasta el quinto día de fiebre no la vio la doctora. “Tenía debilidad en las piernas y movilidad reducida. Se cayó una noche que se intentó levantar y ese día le bajaron a enfermería por fin. Cinco días después la llevaban al hospital. Falleció el segundo día de ingreso”, relata. Tras casi 10 días sin tratamiento hospitalario su cuerpo no resistió. Ortiz sospecha que debía de haber directrices para no enviar a la gente mayor al hospital. Sospechas que han sido confirmadas por los documentos que destaparon los medios, firmados por la Comunidad de Madrid, que condicionaban la derivación de pacientes en función de sus situación física o cognitiva. Del 18 al 25 de marzo se firmaron cuatro protocolos por un responsable del Gobierno de Isabel Díaz Ayuso.
“Yo tuve los primeros síntomas la última semana de marzo. Estuve vomitando y vomitando, postrada en la cama sin poderme mover. Nos tenían solos. Nos llevaban el desayuno y se iban. No podías llamar a nadie porque no había nadie ¿Eso es cuidar a una persona? Teníamos dos pasillos invadidos de gente con síntomas”, explica Esperanza. “Con el covid me cambiaron de habitación y estuve un mes y una semana sin salir de ella. El médico me visitaba una vez cada cinco o seis días. Venían a cambiar a mi compañera de al lado, que estaba peor que yo, pero a mí nadie me ayudaba para ducharme. Me levantaba yo arrastrándome. Estaba sin comer y sin beber porque no me admitía nada el estómago”, relata.
“Aquí las ratios no se cumplen. Cada TCAE atiende a unas 20-30 personas. Y la noche es demencial, hay una enfermera para más de 300 residentes”
La trabajadora del centro confirma la falta de personal como una constante que sucedía ya antes de la pandemia. “Aquí las ratios no se cumplen. Cada TCAE (Técnica de Cuidados Auxiliares de Enfermería) atiende a unas 20-30 personas. Y la noche es demencial, hay una enfermera para 300 residentes”, avisa quien también se contagió de covid y fue baja, como muchas de sus compañeras. “Estuvimos todo el mes de marzo sin Equipo de Protección Integral (EPI)”, alerta.
Esperanza hoy se siente más libre, pero la mochila sentimental de todo lo que ha visto y ha vivido dentro del geriátrico no le deja descansar. “Ahora que estoy en libertad ya no sé vivir en libertad. Es algo horroroso, no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Para qué son esos sitios ¿para ir allí a morir? Prefiero morirme en la calle. Cuando no me dé el dinero para pagarme la habitación me voy a la calle”, reitera antes de dar las gracias por haber sido escuchada y expresar un último deseo con este reportaje: “Quisiera con esto ayudar a mucha gente que está ahí abandonada. Nadie debería pasar por esto”, sentencia.