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Madrid :: 26/02/2007

¿Quién espía los juegos de los niños? (A un mes de Alcorcón)

Maroto del Ojo
Este texto responde a un llamamiento hecho por compañeros de Alcorcón, pidiendo reflexiones y opiniones acerca de su experiencia. Queremos dejar claro que no hemos vivido los hechos, ni tan siquiera hemos estado jamás en Alcorcón, y ello es una limitación clara. Escribimos desde la distancia y el respeto. Alcorcón nos ha dado mucho que pensar, y ello ha dado lugar a un artículo quizá excesivamente largo. Nos disculpamos por ello y esperamos que se entienda como lo que es, un gesto de interés y solidaridad.

A la memoria de Azzouz Hosni, militante del SOC
asesinado en Almería el 13 de febrero de 2005.
"Ajuste de cuentas entre narcotraficantes", dijo la policía.
Ajuste de cuentas entre clases, decimos nosotros.

ARRIBA

Como condición primera de cualquier opinión seria, fijemos una premisa: los medios de comunicación han tergiversado todo lo que ocurría en Alcorcón, y manipulado todas las informaciones al respecto, por no decir que han mentido de manera consciente y descarada. Decir esto parece banal, pero no lo es: algún avezado comentarista alternativo se ha tragado hasta el esófago el anzuelo del "brote xenófobo" y se ha puesto a delirar en consecuencia.

Pero no es suficiente denunciar una vez más la manipulación mediática: hay que descifrarla. La actitud de los medios está entrelazada con el propio desarrollo de los acontecimientos, que no pueden explicarse sin ella. Querían ser los guionistas y han terminado improvisando penosamente sobre la escena. Creemos que en Alcorcón, la prensa ha ido demasiado lejos como para reducirlo todo a una simple cuestión de "sensacionalismo", o a otra más simple aún de "criminalización de los movimientos sociales" (aunque de las dos hemos tenido una buena dosis). Por eso, en este texto prestaremos a los periodistas la atención que merecen: han puesto la gasolina para un fuego racista que no ha prendido porque no lo ha querido el pueblo de Alcorcón. Ha sido uno de esos raros casos en que la falsedad periodística se ha mostrado al descubierto tal cual es, porque -gracias a los movimientos completamente incontrolados de la juventud de Alcorcón- no ha podido evitar que se produjera un desfase excesivo entre lo que estaba ocurriendo y lo que estaba contando.

Al quedar al descubierto la manipulación mediática, quedó también descubierta la estrategia concreta a la que respondía, y que nos remite a las modalidades en que la dominación intenta gestionar el fenómeno migratorio. Una economía globalizada requiere un mercado de mano de obra no menos global, y a él responden las migraciones masivas que estamos presenciando. Pero éstas, a su vez, ponen sobre la mesa de la dominación un problema novedoso: el de la gobernabilidad de sociedades que han perdido para siempre toda homogeneidad cultural, que se encuentran fraccionada en múltiples identidades hasta niveles nunca antes conocidos.

En efecto, la aculturación radical de todos los recién llegados, y su asimilación inmediata por la cultura anfitriona, se muestra como un imposible. Obsérvese que esta utopía ultraderechista es la inversión simétrica de lo que las potencias coloniales intentaron llevar a cabo en los territorios que invadieron, de los cuales llegan ahora oleadas de desposeídos. El simple intento de promoverlo aquí y ahora ya resultaría desestabilizador, máxime en un país como España, donde las propias identidades locales son continuamente puestas en tela de juicio. Se busca por el contrario una salida más realista, que es sellar cada identidad cultural como un compartimento estanco, erigiéndose el Estado como único árbitro y mediador entre ellas. A este objetivo estratégico servían los medios en Alcorcón.

A un proyecto así le son funcionales todas las expresiones de racismo, cuanto más escandalosas mejor. Y eso es lo que los medios fueron a buscar en Alcorcón: el espectáculo de la convivencia imposible, en el cual el Estado nos protege de los latin kings, de los niños magrebíes que esnifan pegamento y de los rumanos que asaltan chalets, pero también defiende del racismo español a los "inmigrantes buenos" que "vienen a trabajar", es decir, al cupo estrictamente necesario de mano de obra importada. Un plan de control social a largo plazo, dirigido contra los pobres que se amontonan en las periferias, que atiza el racismo sin dejar de fingirse antirracista; y que perfectamente compatible con el espectáculo del "mestizaje", cuando éste sirve para revalorizar barrios céntricos como el Chino o Lavapiés, estimular a la industria discográfica o animar el mercado de las buenas intenciones, tan frecuentado por la clase media.

El atribulado Cascallana, alcalde de Alcorcón, se lamentaba así del tratamiento mediático del asunto: «parece que, sin quererlo, a través de noticias y comentarios, se está produciendo eso de 'ellos y nosotros"» (El País, 23/1/07). El subrayado es nuestro: el pobre hombre no estuvo antes ni ha vuelto a estar después tan cerca de la verdad de los hechos. No hay que extrañarse: el mismo día El País, perdido todo freno, permitía a sus redactores hablar literalmente de "guerra étnica". Cuando la prensa escenificaba el supuesto brote xenófobo de Alcorcón, no tomaba partido ni por unos ni por otros: lo que pretendía era que todos tomaran partido contra todos, y que junto con los aterrados espectadores se volvieran simultáneamente hacia el Estado, como protector y garante de un cierto equilibrio que permita arrastrar en paz la supervivencia cotidiana. Los jóvenes de Alcorcón se han negado a representar un papel tan estúpido, y por ello han pagado su precio en criminalización, golpes, detenciones y negación de derechos fundamentales como los de reunión y expresión. Al hilo de lo acontecido, Miguel Amorós ha escrito que «en el espectáculo, los pobres no tienen derecho a su imagen». Visto lo visto, podemos añadir un corolario a esta afirmación, y es que aquellos que no acepten la imagen que el espectáculo les ha asignado, van a gozar de atención policial preferente.

ABAJO

Como suele ocurrir, la prensa no podía informar con veracidad de lo que acontecía sin revelar al mismo tiempo su propia impostura. De modo que, haciendo de la necesidad virtud, dejaba en torno a todo el asunto una conveniente bruma de confusión que contribuía eficazmente al espectáculo del terror. Una buena forma de echar balones fuera ha sido intentar determinar "cómo empezó todo".

Gracias a las rigurosas investigaciones de El País (23/1/07), hemos sabido que fue por una pelea entre dos chicas: he aquí a las responsables últimas. La cosa no nos sorprende, porque ya sabemos que desde los tiempos de Eva hay una mujer en la raíz de todo mal. La pelea de las jóvenes habría motivado que se enfrentaran sus respectivos novios, los cuales a su vez habrían recurrido a sus amigos, momento en el cual el asunto ya habría saltado del terreno de la crónica rosa al del orden público, generándose una bronca cada vez más masiva.

No decimos que la anécdota de la pelea de las dos adolescentes sea falsa; decimos tan solo que es irrelevante. Sirve para no abordar las causas reales por las cuales una riña insustancial termina generando una espiral de violencia que arrastra a centenares de personas en un suburbio cualquiera. Porque el trasfondo del que surgen estos hechos es un trasfondo de precariedad, almacenamiento urbanístico, falta de perspectivas, aislamiento y desesperación atenuada mediante el uso de drogas, que comparten jóvenes y no tan jóvenes, tanto españoles como inmigrantes. Y lo que no se quiere que emerja desde el fondo de esta historia es precisamente que unos y otros sienten el mismo malestar. Se pretende, tan solo, que lo sientan de manera diferente, a fin de que no se reconozcan sobre un terreno común y actúen en consecuencia.

La pelea antes mencionada parece haber catalizado el rencor de un gran número de jóvenes contra una pandilla concreta de latinoamericanos cuyas dotes para la convivencia parecen bastante dudosas, y que habrían estado implicados en la pelea inicial. Cualquiera que haya estado inmerso en una situación de psicosis colectiva sabe hasta qué punto los rumores crecen y se dan por hechos probados, y los individuos se diluyen en una masa desquiciada que no razona. No dudamos que el domingo 21 la situación fuera ciertamente peligrosa, y que si hubieran existido en Alcorcón sentimientos xenófobos arraigados, cualquier provocador racista -que sin duda los hubo- se hubiera llevado el agua a su molino. No obstante, la razzia se focalizó sobre el grupo de extorsionadores que tenía su base en la famosa cancha de baloncesto: estos neoliberales aventajados habían aprendido de Esperanza Aguirre que todo lo que es público debe ser privatizado, y en consecuencia cobraban por emplear las pistas. Por otra parte, ningún joven con sangre en las venas podía desaprovechar esta oportunidad de juguetear con la policía, y así lo hicieron ágilmente los de Alcorcón.

Ya hablando en serio, hacemos notar que, entre ir a escarmentar a una cuadrilla de matones -circunstancialmente latinoamericanos- y lanzar un "pogrom" contra todos los latinoamericanos de una ciudad de 175.000 habitantes, media una distancia abismal. La misma que los periodistas han salvado alegremente con un salto mortal. En sus más que evidentes deseos de estar ante un "brote xenófobo" se han olvidado de aducir las pruebas pertinentes. No han logrado encontrar ni un solo latinoamericano apaleado por la multitud. Suponemos que en Alcorcón existirán al menos algunos negocios regentados por latinoamericanos ¿ha sido atacado alguno de ellos? No: de lo contrario la foto hubiera salido en portada. Lo único que avala el brote de racismo son unos fantasmales sms que los periódicos han reproducido hasta la saciedad, y supuestas declaraciones racistas de jóvenes alcorconeros que los periodistas entremezclan hábilmente en sus crónicas, a las cuales, por si hay que recordarlo, no estamos obligados a dar ninguna credibilidad.

La anunciada intención de la ultraderecha de manifestarse en Alcorcón el sábado siguiente también fue aceptada con total naturalidad por los medios, como una "prueba" más en favor de la teoría del brote racista. Se encargaron de difundir la convocatoria a los cuatro vientos, intentando que, si se habían citado cien fascistas, se presentaran mil. Lo cierto es que los fascistas habían convocado por reflejo, fiándose únicamente de lo que decía la prensa. No tardaron en plegar velas, dándose cuenta de que la situación era más compleja de lo que les habían hecho creer, y temiendo salir malparados de un lance más que confuso. Sin embargo, los medios agitaron durante toda la semana el fantasma de un eventual desembarco neonazi, como valiosa aportación al espectáculo del terror que contaba ya con múltiples focos de violentos: por aquí los nazis, por allá los "latin kings", sin olvidar a los "antisistema" ni a la juventud de Alcorcón, criminalizada en bloque como escoria de la sociedad.

Mientras continuaba la campaña de intoxicación de la prensa, el martes 23, demostrando una notable capacidad de reacción -síntoma de experiencia y cultura organizativa- un sector de la juventud de Alcorcón llama a concentrarse al día siguiente "por la convivencia pacífica y contra el racismo", en las disputadas canchas de baloncesto. Desbordan así simultáneamente al Ayuntamiento -al que le faltaron reflejos para recuperar la situación convocando él mismo a la "ciudadanía"- y a la prensa -que recibe el primer "mentís" severo a su teoría del brote xenófobo-. Esa convocatoria, que buscaba desactivar el brote de racismo que los medios se empeñaban en imponer, señala un nivel de responsabilidad y madurez política que en las luchas actuales rara vez se alcanza. Aunque su manifiesto no está libre de concesiones ideológicas a la dominación (en particular su llamamiento al "civismo"), solo los estúpidos pueden pedir filigranas a quien se está batiendo el cobre a martillazos.

La policía abortó la convocatoria, como ya había hecho el lunes con otra concentración espontánea frente al ayuntamiento. Si la cosa no fue a mayores es probablemente porque los convocantes pidieron calma ante la enésima provocación. El esquizofrénico alcalde Cascallana -que no sabía si creer lo que veían sus ojos o lo que leía en el periódico- se veía atrapado entre dos realidades: la que clamaba el pueblo que gobierna y las exigencias que le llegaban de arriba. Cediendo a estas últimas, hacía un llamamiento para que «no se acuda a convocatorias extrañas» (El País, 23/1/07). Llamamiento que podría haberse ahorrado, junto con el ridículo: como si los vecinos de Alcorcón pudieran elegir, cuando un ejército de policías les impedía manifestarse. Curiosa la actitud de este alcalde, que niega fehacientemente que en su pueblo exista racismo, mientras criminaliza todas las manifestaciones de antirracismo. No menos grotesca resultaba la actitud del PP, apoyando la convocatoria del miércoles 24 -sin duda con ánimo de desgastar al Ayuntamiento del PSOE- y acto seguido se desmarcaba argumentando el "peligro" de que aparecieran grupos "antifascistas y antisistema".

Hay que llamar la atención sobre la facilidad con que a los alcorconeros se les ha impedido manifestarse. No hemos visto a ninguno de los demócratas que esos días clamaron contra el "racismo" y la "violencia", dar la cara por los derechos de expresión y reunión. Al hilo de lo que acontece en Euskadi, la prohibición de manifestaciones se ha convertido en espectáculo cotidiano, aceptado con total naturalidad. El problema de la concentración "por la convivencia pacífica y contra el racismo" no era obviamente la "violencia" que pudiera derivarse de ella, como pretendían todos los que tenían derecho a opinar sobre el asunto (a saber, periodistas, policías y autoridades). El problema, por el contrario, era que echaba por tierra la escenificación del brote xenófobo. ¿Dónde se ha visto que los protagonistas de disturbios racistas se manifiesten acto seguido contra el racismo? Algo no encajaba, y así la mentira periodística perdía asideros. No en vano El Mundo informó falsamente de que la convocatoria había sido "suspendida" al no autorizarla el subdelegado del gobierno. De haberse producido un auténtico estallido racista, y en consecuencia se hubiera convocado una manifestación racista, ésta hubiera sido tolerada, aunque escoltada por centenares de policías para escenificar la mediación del Estado entre comunidades enfrentadas. Por lo demás, la situación del martes se repitió el viernes con una concentración convocada frente al ayuntamiento por el Sindicato de Estudiantes, con el oportunismo carroñero que les caracteriza, y sobre la que no vale la pena extenderse.

Después del miércoles 24 la tensión decae, y como las calles de Alcorcón no ofrecen carnaza, los medios enfocan el enfrentamiento entre políticos que, según la estrategia del PP, ha de producirse ante todo acontecimiento mediático. Las acusaciones se cruzan, como de costumbre, sobre el terreno de la paranoia securitaria. Todo se reduce a que si hubiera más policía no pasarían estas cosas. Se trata de un entremés cómico que se desarrolla entre los disturbios del domingo 21 y el anunciado armagedón del sábado 27. Entre los asnos que rebuznaron en esos días, se destacó el candidato socialista a la alcaldía de Madrid, Miguel Sebastián, que declaró que «todos aquellos (inmigrantes) que cometan delitos deberían ser deportados» (La Voz de Galicia, 24/1/2007).

El armagedón del sábado 27 no se produjo, para vergüenza de los que se habían desgañitado anunciándolo y promoviéndolo. Para abordar los hechos de aquel día, no nos resistimos a seguir una crónica periodística que resume, por sí sola, toda la miseria moral de los paladines de la "libertad de expresión". Se publicó en El País el domingo 28 de enero bajo el titular «Cientos de jóvenes vuelven a protagonizar violentos incidentes en las calles de Alcorcón», y viene firmado por F. J. Barroso y D. Verdú.

Comienzan amalgamando la concentración convocada por la Asamblea Antirracista de Alcorcón -que logró realizarse aún de manera simbólica, desplegando su pancarta durante diez minutos a pesar de la aplastante presión policial- con la convocatoria fantasma del grupúsculo fascista España 2000. «No había un alma por la calle, solo algún chaval despistado que, en cuanto veía a la prensa, se ponía la capucha y se subía la bufanda». Si bien no nos explican en qué se basan para afirmar que el chaval estaba "despistado", la condescendencia y el desprecio con que los jóvenes de Alcorcón han sido tratados por estos perros de prensa no conoce límites, y ha ido creciendo al mismo ritmo que su resistencia a asumir el papel de racistas descerebrados. Sobran ejemplos que no vamos a enumerar uno por uno. «A las 17.30 comenzaron los rumores sobre un posible cambio de ubicación de la concentración (...) Mientras, la Asociación de Trabajadores Inmigrantes de España realizaba una concentración de repulsa contra el racismo y contra la manipulación que, en su opinión, ha realizado la prensa sobre toda esta cuestión». El subrayado es nuestro. La única convocatoria existente, la de la Asamblea Antirracista, es atribuida a ATRAIE, es decir, según los periodistas son los inmigrantes los que se manifiestan contra el racismo, mientras se da a entender que los jóvenes españoles dan vueltas en busca de la concentración de España 2000, que era citada en la entradilla del artículo. Por otra parte, llamamos la atención sobre un recurso que se observa en todos los medios, y es que los jóvenes, vecinos, inmigrantes, etcétera, "acusan a los medios" de manipulación, pero nunca "nos acusan a los medios", ni "los medios somos acusados". Se diría que el asunto no va con ellos.

Lo mejor de este artículo es la confesión explícita de que son los medios los que provocan los incidentes, cosa que los redactores hacen notar en un tono no exento de orgullo: «Envalentonados por las cámaras de televisión (...) varios grupos de jóvenes comenzaron a insultar a la prensa (...) decenas de periodistas los perseguían, en busca de la imagen del día. Y los chavales encantados (...) Cuanto (sic) más atención les prestaban a los exaltados, más se envalentonaban». Vale la pena señalar que los "chavales" iban «coreando consignas de lo más variopinto». Si el redactor no se molesta en transcribirlas es a todas luces porque no son las consignas racistas que a él le interesan: de haberlo sido, hubieran ocupado el titular.

Los policías, en fin, pasaron la tarde «corriendo detrás de todos sin demasiada agresividad» -opinión que quizá no comparta el miembro de la Asamblea Antirracista al que un antidisturbios le partió la nariz de un cabezazo- hasta que a última hora «empezaron a ponerse serios». El reportero admite que la policía «llegó a pegar con las defensas a algún transeúnte», si bien fue «en su saña por acabar con los incidentes». Hay que destacar que en este artículo los elementos de "racismo" están traídos por los pelos, y con procedimientos que dejan la "ética profesional" de los autores a la altura del betún.

Nuestra impresión es que el sábado 27 se produjo un simulacro de revuelta, estimulada por los medios y carente de la fuerza de la del domingo 21. La prueba más palmaria de que no se dio una situación de violencia real -excepto por parte de la policía- fue que ningún periodista fue agredido, como sin duda merecían. Parece ser cierto que la presencia de los medios animó a muchos jóvenes que estaban escenificando la revuelta más que poniéndola en práctica. La ambigüedad de gritar contra los medios sin cargar físicamente contra ellos fue una muestra de debilidad que los periodistas cogieron al vuelo. Cabe suponer que a esas alturas la confusión era tal que resultaba imposible dar una respuesta unánime. Quizá la forma de protesta ideal, dadas las circunstancias, hubiera sido convocar a todo el pueblo a encerrarse en sus casas, dejando de ese modo a los policías y los periodistas frente a frente y sin nada que morder. «Calma tensa en Alcorcón», hubieran titulado entonces. Hubiera sido un buen colofón surrealista para el "brote xenófobo".

LOS LÍMITES DEL ANTIFASCISMO

Se prohíben cuatro concentraciones, una detrás de otra, y aquí no pasa nada. Un mando policial define a los jóvenes precarizados del extrarradio como "macarrillas de barrio" igual que Sarkozy definió a los suyos como "chusma", y aquí no pasa nada. Aquí no pasa nada porque no ha pasado lo que se pretendía: la "guerra étnica" que perseguían los medios de comunicación, con El País a la cabeza. Así, en Alcorcón no cabe alegrarse de lo que ha pasado, sino de lo que no ha llegado a pasar. El estallido de racismo no ha tenido lugar porque lo impedía una cultura antifascista hegemónica entre los jóvenes de Alcorcón, heredera de la gran reacción de los noventa contra las agresiones nazis y de los modos y maneras de la extinta Lucha Autónoma. De esa juventud, lo mínimo que se puede decir es que ha estado a la altura de las circunstancias. No han logrado un avance, pero sí han impedido un retroceso, y eso es mucho. Han puesto a todo el aparato mediático de la dominación en unos apuros a los que no está acostumbrado, obligándole así a revelar hasta dónde llega su miseria. Por ello, la fotografía que mejor resume la situación es aquélla en que un joven encapuchado tapa el objetivo de una cámara de televisión.

Pero no cabe felicitarse con grandilocuencia, porque la misma situación puede repetirse pasado mañana en cualquier lugar donde el sustrato antifascista no sea tan fuerte, y entonces no habrá motivo de alegría, ni por activa ni por pasiva. Interesa al antifascismo dejar de condenar el "racismo" como una lacra abstracta, metafísica, y empezar a entender cuáles son las bases materiales, concretas, del racismo popular. Una de ellas es sin duda el macarreo arbitrario de determinados grupos formados por jóvenes inmigrantes, al cual en Alcorcón se le ha puesto coto. Pero no hay que olvidarse de otras motivaciones con las que se juega hábilmente desde las administraciones para atizar el racismo que luego dicen combatir. Una de ellas es, por ejemplo, la preferencia que en muchas ocasiones se da a los inmigrantes para la obtención de diversas ayudas públicas, y que despierta un rencor sin límites entre los españoles más desfavorecidos. Éstos, cuyo horizonte suele estar en la punta de sus narices, no suelen caer en la cuenta de que la responsabilidad última es del Estado, que ofrece una mínima parte de las ayudas socialmente necesarias.

El antifascismo, tal como se ha desarrollado entre nosotros, viene tocando sus límites desde hace años. Ha servido con eficacia para situaciones defensivas como en los noventa, o como en Alcorcón sin ir más lejos. Pero se ha fosilizado en gran medida en una mera pose estética alimentada con cuatro consignas. Hay quien sigue pensando que la afición a la música jamaicana ya le convierte a uno en antirracista, o que es de crucial importancia demostrar que los primeros skinheads no eran neonazis sino lo contrario. El choque físico con los fascistas se convierte en una tarea de Sísifo si no se les siega la hierba bajo los pies, y esa es una tarea política, positiva, ofensiva, a la que paradójicamente el antifascismo no alcanza. Debe trascenderse a sí mismo para disolverse en un proyecto de lucha más amplio, capaz de unificar a "españoles" e "inmigrantes". Y ello ha de hacerse a través del debate y de la práctica, buscando consensos; no mediante la imposición de consignas extrañas a gran parte del movimiento realmente existente, como ha ocurrido en Madrid el último 20-N. Lo ocurrido en Alcorcón puede ser un buen punto de partida para ello y para subsanar los daños sufridos entonces.

Al proyecto de la dominación de encerrarnos en nuestras limitadas "identidades culturales"; de generar dentro de ellas -por pura sobreexposición mediática- polos negativos como "bandas latinas", "violentos antisistema", etc. que sirvan para subdividirlas en "buenos" y "malos"; debemos oponer un proyecto antagonista de mestizaje incontrolado. Y no estamos hablando de música. Estamos hablando de valores, de formas de lucha y organización. Solo así tendremos alguna posibilidad de vencer en la guerra social, que ha tenido en Alcorcón un episodio destacado.

Febrero 2007.
Alasbarricadas

 

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