Pongamos que hablamos de Hungría
A ustedes puede no parecerles importante. ¿A qué hablar de la Hungría de 1956 en el pleno del Ayuntamiento de Madrid? —se preguntarán—. Pero lo es. No tengan la menor duda. Dejen por un momento de concentrarse en sus miserias, no sean tan egocéntricos. Olvídense, aunque sea por un instante, de que es final de mes y no tienen leche, ni huevos, ni carne en la nevera. Ni dinero para comprarlos. Olvídense de que la nómina que, con suerte, llegará en breve tampoco dará para mucho. Olvídense del hijo mayor en el extranjero, del amigo en el paro sin paga ni subsidio. Olvídense de la hipoteca, del horario abusivo en el trabajo, de las horas no pagadas, del desahucio del vecino.
Y hablemos de Hungría, pero no de la de hoy, esa que le pone zancadillas y vallas a los refugiados, la misma que fleta autobuses para que los jóvenes neonazis del partido Jobbik hagan ‘lo que tengan que hacer’ en la frontera. Hablemos de Hungría y el 56, porque eso es lo que quiere Esperanza Aguirre, que ya escribió —o le escribieron y firmó, que al caso es lo mismo— y publicó en El Confidencial un artículo sobre el tema tan solo una semana antes de que se votara en el consistorio madrileño una moción para levantar en la capital un monumento a la conocida como ‘Revolución húngara de 1956’.
La votación se aprobó por unanimidad, con el voto a favor de todos los grupos. Sorprendente —o no—. Pero, al fin y al cabo, como expresara Rita Maestre, se trataba de una “muestra del apoyo a los derechos humanos”. Cabría preguntarse qué ocurrió en Hungría en 1956 para que el asunto revista tanta importancia, sesenta años después y a 2500 kilómetros de distancia, los que separan Budapest de Madrid. Pero sigamos en el presente, el de Madrid en 2016.
Si la votación sobre Hungría obtuvo algo de repercusión mediática no fue solo por el voto a favor de Ahora Madrid a la moción presentada por el Partido Popular, sino por la ausencia en el momento de la misma de varios concejales del partido de Manuela Carmena, aquellos que pertenecen al PCE, con Mauricio Valiente a la cabeza, tercer teniente de Alcalde de la capital. La caverna mediática les afeó el gesto y el asunto recibió los pertinentes titulares.
Y ahora sí, vayamos con Hungría en 1956.
Dice Esperanza Aguirre en su artículo que “con el apoyo de los comunistas húngaros más ortodoxos, la Unión Soviética invadió Hungría con sus tropas y tanques”, y concluye que por eso, 25 años después de los hechos, fue “trascendental la obra de Ronald Reagan, que empezó a plantar cara a los soviéticos y sus regímenes corruptos”. Esperanza Aguirre hablando de corrupción, sí… Así es ella, acróbata historiadora, capaz de unir con naturalidad Budapest del 56 con los USA de Ronald Reagan, y plantarse en el Madrid del “neocomunismo disfrazado de populismo”. Serán muchos los que se echen a temblar con el discurso de la ‘lideresa’. Si tal es la versión de Esperanza Aguirre sobre la ‘Revolución de Hungría en 1956’ —se dirán—, ¿cuál será la verdad de los hechos? Y los hechos, y la historia, es que dicha ‘revolución’ no fue ninguna revolución, sino todo lo contrario, una contrarrevolución, una conspiración de los sectores más reaccionarios del país, con el apoyo de los Estados Unidos y otras potencias capitalistas de Occidente, contra el joven Estado húngaro, que había nacido tras la victoria sobre el nazismo en la Segunda Guerra Mundial.
La revolución en Hungría fue la que se puso en marcha durante la guerra, la que acabó con el fascismo y construyó un país, por primera vez, donde los trabajadores disfrutaron de derechos y libertades fundamentales, trabajo, educación, vivienda, sanidad. La conspiración por derrocar ese gobierno es a lo que Esperanza Aguirre llama ‘revolución’. Y la intervención de la Unión Soviética no fue sino el ejercicio de solidaridad e internacionalismo al que ambos países, Hungría y la URSS, soberanamente se habían comprometido. La intervención de la URSS en Hungría en 1956 significó la defensa de la libertad de los trabajadores húngaros a decidir su propio destino sin temor a la amenaza de la intervención política y militar desestabilizadora del capitalismo internacional, del imperialismo.
Así son las cosas y, por desgracia, la versión historiográfica dominante es aquella que congratula a elementos como Esperanza Aguirre. Igual de terrible, pero además patético y vergonzosa, es la asunción de todos y cada uno de estos postulados por parte de quienes pretenden fingir que representan ciertos valores de progreso. El equipo de Ahora Madrid ya se retrató a los pocos días de tomar el gobierno de la capital, cuando apoyó otra moción del PP, en aquel caso de solidaridad con los golpistas fascistas venezolanos, con tal de que no se les tachara de ‘neocomunistas populistas’ o algo parecido. Entonces, dos concejales —uno de ellos Mauricio Valiente—, votaron en contra. Y el escándalo no le gustó a la señora Carmena; aquello fue en julio de 2015, para esta ocasión, los díscolos decidieron ausentarse en el momento de la votación.
Quizás Hungría 1956 no sea importante. O quizás sí. Lo es cuando pone de manifiesto una campaña anticomunista, pertinaz y sostenida desde múltiples puntos de anclaje. Y lo hace en el marco de la crisis capitalista que vivimos. En un artículo reciente sobre una polémica similar entre Felipe González y Pablo Iglesias, el camarada Raúl Martínez Turrero decía: “Y es que, ¡quién lo diría!, sin que hoy el comunismo sea una fuerza con capacidad suficiente para amenazar al capitalismo, al menos en España, el miedo al fantasma está más vivo que nunca o, al menos, tanto como siempre. Y de nuevo se emplea como arma arrojadiza entre unos y otros”. Atendiendo a este contexto, es importante lo que significa Hungría 1956 en Madrid 2016: que la derecha, vocera del bloque de poder en España, sigue teniendo muy claro qué significaría su verdadero fin, cuál es su demonio real; y pone de manifiesto, también, que cuando se coincide con esa derecha y se apoyan hasta sus reclamaciones más infames, como lo es la del homenaje a la contrarrevolución húngara del 56, no se se está en voluntad más que de defender el statu quo actual.
En cuestiones de principio, como lo es defender la verdad, no vale más táctica que la de no callarse. El voto de apoyo y la presencia de los concejales de Ahora Madrid en el pleno del Ayuntamiento en la moción del PP sobre Hungría es infame. Pero la ausencia y el silencio de quien, no estando de acuerdo —se presupone— con lo que se iba a aprobar, no son tampoco dignos de ningún elogio. Porque quien calla otorga, y en esta ocasión lo que se otorga es un homenaje al fascismo y la reacción. En una situación así, un comunista de verdad no se calla, y dice la verdad: que la única revolución en Hungría fue la socialista, y que la defensa de las libertades y los derechos humanos vino del Este, y no del lejano Oeste del pistolero Reagan.