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Madrid :: 08/08/2011

Reflexiones en PLP tras los acontecimientos de la última semana

Asamblea Política Largo Plazo (Acampada Sol)
Del “movimiento inclusivo” a la obsesión por excluir. La farsa del debate violencia/No violencia

Del “movimiento inclusivo” a la obsesión por excluir.

Si ahora se abre un debate sobre violencia/No violencia es de esperar que esté motivado por la existencia de un problema o necesidad al respecto y, por lógica, ésta o éste deberían estar relacionados con la aparición de grupos explícitamente violentos, o de acciones explícitamente violentas, en el seno del llamado movimiento 15-M. Sin embargo esto no se ha demostrado, sino que partiendo de una valoración subjetiva y establecida de antemano sobre el concepto de No violencia, se están juzgando como violentas unas prácticas, actitudes o emociones que no encajan con el anterior.

Este debate sobre Violencia/No violencia no busca una reflexión sobre conceptos, sino que parte de una acusación. Se persigue, una vez más, la exclusión de unas practicas, pensamientos y emociones que no se ajustan a un ideario, más estético que político, de grupos concretos, que se ha dado de antemano y sin discusión previa como fundamento del llamado movimiento 15-M.

La No violencia, concepto ambiguo

La trampa consiste en que si no se está de acuerdo con una definición impuesta del concepto de No violencia, entonces se es violento o se está a favor de la violencia, dando por hecho que no hay que debatir previamente en que consiste esa No violencia:

Si hay uno o diferentes tipos, si tiene diferentes niveles de intensidad (No violencia total o parcial, extrema o moderada)… si cabe proclamarse no violento y comer carne, si se puede ser no violento y antropocéntrico, es decir, ser no violento con la especie homínida y no con las otras especies animales y vegetales…Si es ideario político, filosofía de vida, marca estética de moda o si es mera técnica de resistencia y práctica de lucha ligada a algo de alcance ideológico y político más claro, como es la desobediencia civil y la insumisión al Poder.

Y aún más si alguien puede apropiarse o autoproclamarse representante legítimo y exclusivo de ese concepto, de tal forma que puedan definir e identificar qué es y qué no es violento, cuando esto es una competencia exclusiva y definitoria del Poder, en origen y en ejercicio, es decir monopolio del Poder.

La violencia es el Poder

La violencia por principio y sentido siempre se ejerce de arriba hacia abajo y del fuerte sobre el débil. No hay violencia de abajo a arriba, ni del débil contra el fuerte. Cuando se da esta “violencia”, según definición desde el Poder, de abajo contra lo de arriba, eso no es violencia, sino resistencia y lucha. Cuando se da “violencia” del débil contra el fuerte, según definición del Poder, eso no es violencia, sino autodefensa.

La No Violencia se está convirtiendo en una especie de poder que otorga al que se proclama como tal, la facultad de acusar y juzgar como violento, todo aquello que no encaje con su pensamiento, gustos o expectativas generalmente inmediatas, sin necesidad de demostrar nada, hasta el punto de permitir, al iluminado no violento, realizar prácticas para-policiales de delación en las manifestaciones como si de besar flores se tratara.

Hay que recordar que toda esta polémica no se ha creado por insultos más o menos primarios contra la policía, sino a raíz de las pintadas anticapitalistas en los muros del Banco de España, en la manifestación posterior a la llegada de las marchas populares.

La farsa del debate violencia/No violencia

Y este debate es una farsa, porque se levanta con el fin de ocultar otro debate sobre conceptos políticos de mayor calado y asumidos como esencia del 15-M como son:

a) El movimiento inclusivo

b) El Movimiento, con M mayúscula, singular y único

El movimiento inclusivo frente al movimiento integrador

El movimiento inclusivo asumido como un principio fundamental del 15-M, sin que se haya producido ningún debate riguroso y profundo sobre su contenido, se construye por un movimiento centrípeto, hacia un centro, un centro que se da por existente y definido de antemano. Un centro al que todo tiende o debe tender.

Por el contrario el movimiento integrador es centrífugo, es decir se abre hacia fuera, es expansivo, su figura es la espiral; reconoce y respeta lo que hay, tendiendo puentes, construyéndose mediante la comunicación horizontal y la generación de sinergias, que retroalimentan dando fuerza y mayor energía, porque surge, necesita y se alimenta de la diversidad.

El movimiento inclusivo es centralista y centralizador, establece límites y fronteras que determinan lo que está dentro y lo que queda fuera, lo que pertenece al “movimiento” y lo está excluido y puede ser excluido.

El movimiento integrador se basa y construye en el reconocimiento de la diversidad y la pluralidad, es descentralizador y no se fortalece mediante la definición por límites, ni exclusiones, sino en síntesis dialécticas de unión en marcha, es decir, en permanente debate mediante asambleas abiertas.

El Movimiento, con M mayúscula, singular y único, frente a los movimientos, con m minúscula, plural y múltiple

El Movimiento de M mayúscula, para mantenerse singular y único, utiliza lo inclusivo como medio para excluir todo aquello que atenta contra su Centro y su centralismo, uniformiza, pone límites (mediante definiciones que crean marcos para justificar exclusiones y expulsiones, por ejemplo: este falso y manipulado debate sobre violencia/no violencia, que lleva en su seno una acusación velada).

El 15-M reconocido como una pluralidad de movimientos, tanto manifiestos como latentes, políticos, sociales y de sentimientos, en confluencia libre y espontánea, basa su fuerza, su energía y su expansión en el respeto de la diversidad. No se construye con respecto a un centro ni estructura centrada (de decisión, de poder) sino que está descentralizado, es descentralizador, no tiene, ni se puede dotar de cauces, ni de límites, no concibe las exclusiones, ni las expulsiones porque no tiene fronteras. Su sentido y su fuerza es la protesta y la crítica libre permanentes, la lucha continua contra toda forma de explotación, contra toda forma de opresión y contra toda forma de sufrimiento.


II

Lamentamos que no haya habido más pérdidas; corregimos, por si vuelve la costumbre acusatoria: lamentamos que los comerciantes de la zona de Sol no hayan tenido más pérdidas económicas. Nos negamos a hablar el lenguaje que nos imponen e impugnamos su totalidad, la de la mercancía y su colonización de la vida. Hemos asistido a un macabro baile entre la patronal madrileña y los poderes políticos en estos días: por parte de unos, la demanda de una represión violenta, lo que llaman “mano dura”, a fin de recuperar eso que dicen “normalidad” y que no es sino la acción cotidiana de un vampiro insaciable; por parte de otros, la implantación de un estado de excepción durante tres días que se ha encontrado todo el que haya pasado por la Puerta del Sol: calles cortadas, controles selectivos según enigmáticos criterios, efectivos policiales vestidos con toda su panoplia como sacados de una película de Hollywood, y helicópteros por el aire haciendo sonar la banda sonora del miedo y la vigilancia. Al final parece que ambos bailarines no han encontrado bien el compás y, tras varios pisotones y traspiés, han decidido volver a la ”otra normalidad”: abrir la plaza, permitir la “libre circulación” (tan necesaria, no lo olvidemos, para la Economía) y no tanto el uso; es decir, negociar la implantación de un centro de información en Sol. Centro de información —cuidado— que corre el peligro de ser equiparado a cualquier otro centro de información: los del turismo de los alrededores del Palacio Real, los que se instalen en la visita del Papa o los de Vodafone o cualquier otra multinacional que a diario vemos en muchas plazas. Y algunas personas nos preguntamos qué pasará con las asambleas en las plazas.

Para bien se ha recuperado la plaza. Una plaza que debe volver a ocuparse como espacio común y sobre la que debe decidir el pueblo que en ella se instala y la usa, algo que parece molestar profundamente a las autoridades. El uso del espacio público se está convirtiendo en una arma poderosa e incómoda y aún queda mucho camino para aprender a manejarla con destreza: ocupar de nuevo la plaza ha de ser, consideramos, un paso en esa dirección. Además, por otra parte, ha quedado claro que la represión es una de las herramientas naturales de esta sociedad, por si alguien aún no lo tenía claro, y que el monopolio de la violencia le pertenece al Estado. Por lo que a nosotros nos toca, no se puede decir que haya habido muestras de violencia, pero sí de confrontación, porque, efectivamente, el conflicto existe y no se puede negar. Violencia es lo que ejercen el estado y la economía sobre cualquiera de sus súbditos y en sus diferentes formas. Buena parte de los discursos antiviolencia generados en el 15M incurren en este error: no asumir que cualquier desobediencia civil es susceptible de ser considerada “violenta” por parte de un Estado como el español en el que el discurso político hegemónico ha manipulado con tanta vileza como contundencia esa frontera entre violentos y no-violentos y ha legislado exhaustivamente en consecuencia, pasando por alto importantes matices. Basta con echar un vistazo a cómo la cuestión del terrorismo ha servido para generar una legislación que se guarda el derecho a la excepción o a la negación del habeas corpus con una facilidad peligrosa y nada inocente.

La confrontación es la única vía de protesta y la ocupación de la calle por un pueblo con demandas no es equiparable a la celebración de un título deportivo. Se sale a la calle contra algo, no sólo por algo. Conviene recordar que los pacifistas que se oponían a la guerra del Vietnam difícilmente terminaban una manifestación sin confrontación, heridos e incluso muertos —recordad, por ejemplo, los cuatro asesinados por la policía en Ohio en 1970—, pensad en Egipto, Grecia o Siria en estos últimos tiempos. Negar esto es suponer que el Estado es benigno y comprensivo, pero duro de oído, y que basta con alzar un poco la voz para que atienda paternalmente a nuestras peticiones. Esta visión hace gala de una escalofriante ingenuidad, si no encuentra otras vías para paralizar las protestas en las calles, el Estado utilizará la violencia (de una forma mucho más extrema de la que hasta ahora se ha visto). Ahora bien, no hay que olvidar que existe otra clase de violencia explícita: la que se da cuando los Cuerpos de Seguridad reprimen vilmente a un compañero y a su lado hay alguien que levanta pacíficamente las manos sin defenderlo. En ese momento hay que pensar si esa actitud considerada no-violenta y pacífica no está siendo cómplice de un acto violento y represor. Cuidado con ello, los límites son difusos y el miedo es muy humano.

La reacción durante estos días ha dado muestras de arrojo: si antes se ocupaban las plazas para hacer asambleas ahora se han cortado directamente alguna de las arterias infectadas de colesterol y CO2 de esta villa y corte. Salir a la calle y cortarla se estaba convirtiendo en un extraño hábito, principalmente en un país en el que la siesta social se había convertido en uno de los deportes autóctonos. Seguramente nuestros mandatarios han preferido lo malo conocido a lo peor por conocer: lo que nunca quieren que suceda y nos han soltado la mano. Una cosa: no olvidemos qué es el centro de Madrid. El espacio urbano ha generado en su mismo centro una zona de exclusión, un perímetro en el que no se permite transitar sin la Visa oro. Si no consumes no existes y nada tienes que hacer allí. Ya no habrá más acampadas en Sol, pero ¿alguien se acuerda de las decenas de personas que dormían allí antes del 15-M? La plaza es del dinero y el hecho de que fuese abolido en ella mientras duró la acampada hizo consciente a muchas personas la desnudez del emperador.

Por supuesto ciertas audacias no se pueden tolerar. Los beneméritos comerciantes de la Asociación de Comerciantes de Preciados y Carmen afirman su “INDIGNACIÓN 1) por la ocupación inexplicable e ilegal por más de 10 días de un espacio emblemático de la ciudad de Madrid; 2) por la desastrosa imagen que se está dando de la ciudad de Madrid no sólo en España, sino también en Europa y en el mundo; 3) por los problemas que dicha ocupación está causando para la correcta movilidad de clientes, mercancías, proveedores, servicios de protección civil y otros servicios públicos de vital importancia para nuestra ciudad, incidiendo especialmente en el intercambiador de transportes de Sol; 4) por la situación de insalubridad de la zona: 5) agradecimiento a la Unidad de Intervención de la Policía Nacional que desde el miércoles ha llegado a la plaza y está especialmente dedicada a la normalización de la misma en tanto en cuanto se resuelve la situación de una forma definitiva”. Mano dura contra quien estorba o no respeta la libre circulación de dinero y mercancías, lo único que aquí realmente importa, la justicia social es una broma de mal gusto.

Estos honorables ciudadanos han acatado gustosos, por no decir promovido, una ley de liberalización de horarios en el centro de Madrid que entrega la ciudad a las multinacionales, grandes empresas, franquicias y centros de explotación laboral, urbanística y financiera. Basta con darse una vuelta por Sol y alrededores para verlo. Han convertido Madrid en un parque temático para el consumo: uno que arranca en Malasaña y se extiende con una sistematización pavorosa y sin apenas fisuras hasta el paseo del Prado y esa milla de oro que es el “triángulo del arte”, colonizando calles, especulando con inmuebles y engullendo o expulsando cualquier forma de vida refractaria a su modelo, tirando abajo fuentes de agua potable, árboles y bancos para sentarse. Quieren convertir las calles y las plazas en meros lugares de tránsito, peor que eso, en un kilométrico escaparate. Cualquier acto que interrumpa la circulación de mercancías (materiales y humanas) es un ataque frontal contra la dictadura del mercado y el consumo. Por eso la acampada, las asambleas, el hecho de que la gente pueda sentarse en una plaza y hablar de política molestan tanto, tomar las calles es algo por sí mismo intolerable para el poder político y económico. Detrás del baile de los últimos días se encuentran esos grandes capitales empresariales y especulativos que ya dominan y poseen la ciudad. No queremos negociar con ellos, hay que enfrentarse a ellos porque son quienes nos roban la vida y las posibilidades para realizarla. La resistencia y la lucha están en esas calles y en su recuperación. La guerra no ha hecho nada más que empezar.


III

Desde el pasado martes, 2 de agosto, y durante tres días, el permanente Estado de Excepción en el que vivimos se nos ha ofrecido como espectáculo. Durante tres días, en la Puerta del Sol, hemos experimentado la apoteosis (en cuanto a metros cuadrados ocupados y efectivos empleados: 300 antidisturbios ataviados con todos sus complementos, un buen puñado de policías municipales disfrazados a su vez de antidisturbios, vallas-frontera, interminables horizontes compuestos de furgones alineados, un helicóptero sobrevolándonos, siguiéndonos, contándonos —controlándonos— y destrozándonos los tímpanos implacablemente) de la habitual distribución policial de lo sensible, según la cual nos vemos obligados a caminar, a detenernos, a hablar, escuchar, ver, tocar, únicamente allí donde se nos permite, allí donde se nos ordena, y a atenernos a las consecuencias en caso de desobedecer.

El centro de Madrid es inhabitable. Una inmensa extensión de granito y hormigón plagada de comercios, publicidad y luces artificiales (en el centro de Madrid nunca es de noche) y desprovista de árboles (y de sus olores y sus sombras y sus animales huéspedes), bancos (de los que se pueden usar para estar sentado, tumbado, para sencillamente estar), fuentes (no sólo ornamentales, maldito sea el ornamento, sino de las que se puede, imaginaos, beber agua), y en general de cualquier cosa no susceptible de facilitar o generar un beneficio económico. Los pobres con DNI español, los ociosos sin un duro en el bolsillo y los nostálgicos de los bosques no son bienvenidos. Los extranjeros pobres tienen directamente prohibida la entrada.

Los compañeros que decidieron acampar en protesta por las detenciones tras la manifestación del 15 de mayo dieron lugar —repetimos: dieron lugar— a la más imprevisible y bella de las interrupciones de este statu quo. De repente, ya nadie decidía por nosotros al respecto del uso del espacio común —común, que no público— de la Puerta del Sol. En la acampada, podíamos relatarnos los unos a los otros la historia de cada columna, de cada techado, de cada pasillo o mostrador. Una madrugada de tormenta en la acampada, por ejemplo, a resguardo de la lluvia, cualquiera que lo deseara podía, solo o acompañado, trabajar, leer, escribir, conversar, dormir, pasear, comer, canturrear, preocuparse, ocuparse o despreocuparse, podía también no hacer absolutamente nada. El verbo “poder” comparece una y otra vez porque se trata de una cuestión de potencia, de lo que puede un pueblo: la toma de la plaza probó nuestra capacidad para traer, aquí y ahora, el verdadero estado de excepción siempre por venir. Lo que exigíamos, lo que reivindicábamos, nos lo estábamos dando ya a nosotros mismos.

La Asociación de Comerciantes de la zona (que cuenta entre sus filas con lo más granado de la oligarquía económica internacional, parte contratante del régimen espacial totalitario antes descrito) fantaseaba con irreparables pérdidas monetarias y de puestos de trabajo asalariado (que lamentamos no hayan sufrido en realidad) y pedía mano dura. No puede ser, claro. Acerca de los límites de lo posible y lo imposible el pueblo tiene poco que decir y menos que actuar. Y sin embargo, en los tres días que ha durado el sitio de Sol hemos vuelto a abrir espacios, a liberar calles condenadas al tráfico, a resistir en vías rápidas designadas y por supuesto diseñadas para la circulación de mercancías y punto, a gritar a las piedras y a los guardianes de algunos edificios propiedad del Estado que su existencia nos avergüenza, que no la soportamos, que no vamos a seguir tolerándola. Llegan entonces catorce furgones policiales, desciende de ellos un enjambre de antidisturbios encasquetados, escudos en ristre y con las porras agarradas al revés, y nos muelen a palos. En relación a esto, y por si alguien albergara dudas, precisar que cuando clamamos, levantando las manitas, que “éstas son nuestras armas”, estamos diciendo la verdad. De momento y de nuestra parte, sólo hay cuerpos e inteligencias. Precisar además, por si alguien albergara todavía dudas, que es el Estado-Capital el que posee y administra en exclusiva el monopolio de la violencia.

Y por último, nuestros aprendizajes. Estamos aprendiendo que hemos de organizarnos para defendernos de esta violencia, haciéndole frente, cuidándonos y protegiéndonos los unos a los otros, a despecho de la manipulación que lleven a cabo los poderes de hecho y de derecho. Nuestras acciones serán ejemplares e inmediatamente disponibles para quien las quiera, bien sea propagar, reproducir, rechazar o ignorar. Estamos aprendiendo a desobedecer juntos. Y tarde o temprano aprenderemos a conformar un mundo en el que esta clase de violencia sea impracticable, impensable, inimaginable, en el que, simple y llanamente, no tenga lugar.


IV

Comunicado leído en la AG del domingo 7 Agosto 2011

Tras tres días de estado de excepción en torno a la Puerta del Sol y una carga policial que no hizo sino aumentar la firmeza y la determinación de continuar en la lucha, las fuerzas de orden público y sus mandatarios políticos han preferido escenificar una hermosa «victoria popular» permitiendo la reocupación masiva de Sol tras la manifestación masiva de ayer 5 de agosto.

Sin embargo, no nos confundamos: la verdadera victoria de ayer no está ni el efímero retorno a Sol ni el posible regreso estelar del famoso «punto de información» con el que Rubalcaba cree que nos está comprando: está en la extensión y profundización de la práctica de la desobediencia civil y las muestras de solidaridad exterior, comprendida ahí la desobediencia a quienes desde el interior del 15-M participan del intento de privarnos de éstas, nuestras únicas conquistas reales, y darnos gato por liebre con victorias simbólicas que no van a ninguna parte.

El discurso policial paralelo de la falsa no-violencia y la ansiedad orquestada ante el fantasma de una «violencia» que en ningún momento ha hecho acto de presencia —si exceptuamos las lamentables intervenciones de unos servicios de orden oficiosos u oficiales dedicados a atajar actos tan «violentos» como pintar una fachada— empieza a retroceder. De lo que se trata, y eso está cada vez más claro, es de hacer frente a la violencia concentrada del Estado y de la economía, y de extender esa desobediencia que califican de «violencia» única y exclusivamente porque les da donde les duele. Lo demás son maniobras de distracción e intimidación.

 

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