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Madrid :: 04/05/2007

¿Qué hay detrás de la represión antiBotellón?

Pablo G. V.
No me resigno a reducir el debate del botellón al conflicto sueño-diversión. La dimensión del problema es estructural, y su solución pone en cuestión el modelo privado de ocio existente y la "privatización" de las calles

Ocupación policial de las calles de Malasaña

"Malasaña, barrio sitiado", titulaba recientemente El País la noticia de la batalla campal producida entre jóvenes y policías las madrugadas de los días 1 y 2 de mayo. El balance global son 20 detenidos y 85 heridos. Entre los 20 detenidos no se encuentra ningún policía pese alborotar y ejercer una violencia arbitraria. En el caso de los 85 contusionados, un par de decenas de maderos presentaron heridas leves salvo uno que sufrió una fractura en el antebrazo izquierdo. Las elocuentes palabras de la Delegada del Gobierno presentan los hechos "a consecuencia del consumo de alcohol", no sabemos muy bien si es que otros días los jóvenes de Malasaña no consumimos alcohol o si es que ese día hubo una coincidencia cósmica para que se juntaran los más borrachos de Madrid en la plaza del Dos de Mayo para comenzar con una orgía espirituosa y terminar destrozando las calles. Sin comentarios.

Compatibilización de derechos

A la hora de hincar el diente al debate del botellón podemos correr el riesgo de quedarnos en la superficie del problema si sólo lo abordamos desde la perspectiva servida por los mass media, es decir, como un conflicto entre vecinos y jóvenes; entre sueño y diversión. La clase política intenta de esta manera limpiarse las manos de un problema de fondo, y de paso, abrir contradicciones en el seno del pueblo. La contradicción vecinos-jóvenes no es tan real, puesto que yo como joven también reclamo mi derecho al descanso, y supongo que los vecinos de Malasaña no les ha invadido un deseo de extender un "aburrimiento permanente" o implantar una dictadura del silencio en las calles. Así pues, este plano del debate, el más superficial, lo liquido con una solución más que factible: realizar un inventario de parques, solares o espacios vacíos, donde no se moleste, acondicionarlos (higiene, transporte, salud,...), y en consecuencia, liberar espacios de ruido en lugares sensibles para los vecinos. Esto es una solución muy fácil de llevar a cabo.

No obstante, yo no me resigno a reducir el debate del botellón al conflicto sueño-diversión. La dimensión del problema es estructural, y su solución pone en cuestión el modelo privado de ocio existente y la "privatización" de las calles.

Ilegalización de fiestas populares

En primer lugar, mientras los mass media se preguntan ¿porqué los jóvenes se dedican a destrozar mobiliario urbano?, yo me pregunto: ¿por qué Gallardón ilegaliza las fiestas populares del puente de mayo de Malasaña? ¿por qué precisamente Malasaña?. Malasaña es, lógicamente, el barrio más vulnerable en recibir ataques del alcalde del PP por razones obvias: es una zona frecuentada por jóvenes de izquierdas y se trata de un lugar donde existen culturas alternativas críticas al orden establecido. Incluso los comerciantes de la zona han denunciado agravios comparativos respecto a sus colegas de otros barrios.

Si alguien pensaba que Gallardón era menos autoritario y liberal que Fraga, tendrá que bajarse del guindo. El método fraguista de la solución por la vía de la "calle es mía" ha presidido todo el mandato de tan "insigne" alcalde, buena muestra de ello son las agresiones gratuitas de las manis por una vivienda digna. En la asignatura de "liberalismo", el señor Gallardón, supende con amplio margen no sólo por el endeudamiento público que nos hará pagar a base de impuestos y precios públicos a los ciudadanos, sino por las restricciones a la libertad del consumidor para elegir donde, como y cuando consumimos un determinado producto. La idea de "soberanía del consumidor" que sólo se la creen los propios liberales, viene a ser incumplida constantemente porque quien realmente tiene la soberanía es quien vende, quien tiene el capital.

Ley Antibotellón

Mención particular merece la Ley Antibotellón de Gallardón, que perfectamente podría haberse llamado "ley por el consumo de alcohol en negocios hosteleros". La siguiente pregunta será muy ilustrativa al respecto: ¿Por qué en una terraza de un bar se permite tomar copas hasta el coma etílico y en cambio a sólo 10 metros de la misma en un banco de calle está prohibido tomarse una cerveza? ¿Alguien se puede creer que esta ley viene a restringir el consumo de alcohol o a proteger del ruido a los vecinos?. Si esto pareciera poco, no está de más informar que ésta prohibición se está ejerciendo con un abuso de poder suplementario. Es más que frecuente encontrarse con la escena nocturna de un policía municipal sustrayendo la copa que está bebiendo un individuo en la calle, tirarla a la basura, poner la correspondiente multa de centenares de euros, y por último, si abres la boca, te llevas un porrazo para casa. Indignante.

Gallardón sólo entiende de intereses empresariales hosteleros, y no entiende, o no quiere entender la situación de precariedad y bajo poder adquisitivo de los jóvenes. A nadie se le escapa las razones económicas que tiene realizar "botellón". Por el precio de una copa en barra (entre 5 y 8 euros), se puede beber cantidad suficiente para toda la noche en un botellón. Tampoco "nuestro" alcalde se preocupa de la salud de los jóvenes con la generalización del "garrafón" en la mayoría de bares. Así pues, la ley antibotellón se ceba con los sectores más desfavorecidos y las "zonas rojas" de Madrid, estando escrita sobre la coherencia de la lógica del lucro y la privatización de los espacios públicos.

Malestar social acumulado: mercantilización del ocio y privatización espacios públicos

La violencia en las calles de Malasaña como respuesta a la ilegalización de las fiestas populares y los continuados abusos de poder, son expresión de un malestar social acumulado, especialmente importante en sectores juveniles, que no encuentran una expresión política, puesto que los representantes políticos (PP, PSOE, IU) no dan cuenta de ello en las instituciones. De esta manera, los ciudadanos se distancian todavía más de la "clase política", generando una deslegitimación progresiva del sistema en su conjunto. Ese citado malestar social juvenil tiene diferentes causas: como la restricción de libertades, la demanda insatisfecha de espacios de socialización públicos, la incertidumbre ante un mercado laboral cada vez más precario, la inseguridad en las calles generada por la policía,... Sin embargo, también existen caras negativas del botellón, como el consumo inconsciente de drogas (incluido el alcohol) y el incivismo. En el caso de las drogas soy partidario de una información masiva sobre los riesgos de su consumo con explicaciones estrictamente científicas sin dejar espacio a la crítica moral-paternalista. La experiencia histórica nos dice que hay que estar alerta ante intentos de doblegar la voluntad revolucionaria de la juventud a base de introducir drogas en determinadas zonas (ej: Vallecas, Barakaldo,...) Sobre el incivismo, y no lo digo por las expresiones de violencia del puente de mayo, sino por la basura, las meadas y destrozos por diversión, tiene más que ver con la falta de politización de la sociedad, así como la falta de implicación en la responsabilidad individual ciudadana de construir una sociedad mejor. Pero esto no suele gustar a los políticos ya que no quieren soltar el juguete de la política profesional de la que se vive muy cómodo, alimentando estómagos y egos. Esa división social del trabajo político es un freno para la construcción de un nuevo modelo de sociedad.

A los que están todos los días sacando pecho de nacionalismo español, no estaría de más que defendieran la idiosincrasia popular de la "construcción de sociedad’ en la calle, como lugar de encuentro y convivencia entre ciudadanos.

Por último, y para situar el debate en su justo fondo, aunque el botellón no suponga un modelo de ocio "perfecto" o "alternativo", si que supone una disidencia de la estrecha oferta privada de ocio basada en centros comerciales y discotecas, con sus precios prohibitivos y su cultura alienante. El botellón, bien entendido, puede ser un espacio robado a la mercantilización del ocio y a la concepción capitalista de las calles como zonas de paso de masas de borregos-trabajadores que van estresados del curro a la casa y de la casa al centro comercial, para consumir. El modelo norteamericano de vida social juvenil entabicado en chalets privados, con mucho videojuego pero con muy poca creación cultural, está imponiéndose a la tradicional convivencia y educación en lo que se ha venido en llamar la universidad de la vida: la calle. Cerrémosle el paso a la lógica del lucro. Que no nos privaticen la calle. La calle es del pueblo.

Corriente Roja

 

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