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Rambo y los afganos: "Nosotros que nos queríamos tanto"
Equipo Resistencia Mapuche
30 de octubre de 2001

En 1988, Estados Unidos jamás hubiera imaginado que el gobierno talibán de Afganistán, instaurado un par de años después, protegería en el 2001 al "terrorista màs buscado del planeta", Osama Bin Laden. En ese entonces, estadounidenses y afganos eran buenos amigos, incluso, el millonario saudita era considerado un héroe por la Casa Blanca al financiar la resistencia de los afganos a la invasión soviética de su territorio.

Por aquellos años, el empobrecido país de Asia Central era invadido por Rusia y el presidente Ronald Reagan proporcionaba apoyo a los rebeldes mujaidines (guerreros) para que combatieran al Ejército Rojo y detuvieran la expansión del comunismo en dicha zona estratégica del planeta. Fue en ese año cuando -en la ficción cinematográfica- el gobierno estadunidense envió a Afganistán al soldado John J. Rambo, la quinta esencia del guerrero yanqui, para que rescatara a un grupo de combatientes norteamericanos que habían caído prisioneros de la milicia rusa.

La hazaña fílmica se llamó "Rambo III", la última secuela de la serie del boina verde, la musculosa máquina de matar personificada por el actor Sylvester Stallone, que hacía valer y preservar los valores del "mundo libre" a punta de metrallas y en nombre de millones de americanos que veían en el comunismo la peor plaga del planeta. Basado en el personaje creado por el escritor David Morrel, Stallone hizo los libretos de las tres partes -en la segunda, el coguionista fue James Cameron- y creo el más conocido de los personajes bélicos de la ficción cinematográfica hollywoodense.

En "Rambo I" ("First Blood", 1982) basada en la novela homónima y dirigida por Ted Kotcheff, el veterano de guerra se enfrentaba a la sociedad -el antagonista es la sociedad misma- que había apoyado la invasión norteamericana de Vietnam y ahora no sabía qué hacer con los soldados que habían regresado con la salud mental deteriorada e incomodaban al resto de la población.

Tres años después, "Rambo II" ("First Blood part II") hizo que el personaje se convirtiera en un clásico. El tema que abordaba el realizador George P. Cosmatos era políticamente incómodo: los prisioneros de guerra de Vietnam de los que el gobierno norteamericano se había querido olvidar. Nunca antes se había visto en la pantalla a un militar con tales características: con musculatura de concurso, armado hasta los dientes, inmortal, y capaz de aniquilar -él solo y mostrando al final sólo un pequeño rasguño en la mejilla-, a centenares de "malditos charlies" (soldados del Viet Cong, bautizados así por Charles Marx).

La tercera parte fue también taquillera, pero se convirtió en un epílogo aborrecible por su desaseada elaboración técnica y por el discurso proafgano de Rambo, que ahora debe provocarle vergüenza ajena a millones de norteamericanos. En la película -actualmente circula solamente en videocinta-, Rambo se encuentra autoexiliado en un convento de Tailandia y esporádicamente participa en peleas clandestinas para ayudar noblemente a los monjes budistas. El coronel Trautman (Crenna) viaja medio mundo para decirle que ha sido comisionado para comandar una operación de apoyo a los rebeldes afganos y lo necesita con urgencia. Rambo, por cierto, se niega.

El oficial de la embajada (Kurtwood Smith) trata de explicarle la problemática en ese país: los rusos invasores han asesinado a dos millones de civiles afganos, utilizando incluso armas químicas. Estados Unidos ha pretendido ayudar a los rebeldes locales con entrenamiento de la CIA y entrega de toneladas de armamento, pero necesitan llegar a un punto clave de la frontera sur del país que es controlada por un "brutal comandante" soviético.

Rambo reitera: "Mi guerra (Vietnam) terminó". El coronel le dice que no puede escapar a su destino porque es un soldado norteamericano, entrenado para la guerra, que su lugar está en el frente y toda esa retórica belicista propia de los guiones de Hollywood. El boina verde, sin embargo, decide quedarse donde está y el coronel Trautman emprende el operativo solo. Resultado final: los soviéticos eliminan a todos los hombres enviados a la misión y el desafortunado coronel es capturado por comandos del Ejercito Rojo.

Una vez en el campo de prisioneros, que por la geografia desértica se asemeja bastante a nuestro conocido Pisagua, en un inquietante diálogo lleno de actualidad, el comandante ruso le dice al coronel norteamericano atado y sometido a feroces torturas:

- Usted ha sido abandonado por sus compatriotas.

El coronel responde:

- Los rusos hablan de paz y desarme, pero aquí están acabando con todo un pueblo.

- No lo hacemos. Lo creo inteligente como para creer la propaganda absurda de los medios de comunicación. De cualquier manera ganaremos esta guerra en cuestión de tiempo.

El americano espeta:

- Ustedes los rusos dicen que ganar sólo es cuestión de tiempo, pero saben que no pueden. Cada día su ejército pierde terreno contra los pocos guerreros afganos escasamente armados. Si conoce de historia se dará cuenta que esta gente nunca se rinde, prefieren morir a ser esclavos de los invasores. No se pueden derrotar guerreros así. Nosotros lo intentamos en el pasado y tuvimos nuestra derrota en la selva de Vietnam. Ustedes, créame, aquí tendrán también lo suyo.

En su retiro espiritual, John J. Rambo es informado de la captura del coronel. Hace, entonces, propia la causa y decide rescatar al hombre que lo entrenó y le enseñó a matar, y a quien considera casi como un padre. Auxiliado por un afgano radicado en Paquistán (¿agente de la CIA?), el comando se infiltra en territorio ocupado por los soviéticos.

Desde una montaña, el afgano le muestra la tortuosa geografía árida de Afganistán -la cinta fue filmada en Yuma, Arizona y al interior de reservaciones indígenas de California- y exclama: "Alejandro 'El Grande', Gengis Khan, Inglaterra y Rusia quisieron conquistarnos pero nunca fuimos vencidos". Y le advierte a Rambo: "Hay un antiguo proverbio que hicieron nuestros enemigos: 'Dios nos libre del veneno de la cobra, el diente del tigre y la venganza de un afgano'".

El amigo afgano, que por sus rasgos bien podría tratarse de Osama Bin Laden en sus años mozos, le explica que los guerreros de su país combaten en la jihad (guerra santa) como una causa sagrada y antes de salir al combate, todos hacen un ritual colectivo para declararse muertos y combatir solamente con la esperanza de encontrar a Dios y honrar a su patria y al Islam. Rambo, emocionado, le agradece su apoyo y le manifiesta el orgullo que significa para el estar en una tierra de guerreros "tan valientes".

Después de eso, el boina verde encuentra a los mujaidines, a quienes les pide apoyo para rescatar al coronel. Su líder, un enigmático guerrillero taliban, le explica: "Tenemos 10 mil mujaidines que esperan armas y no estamos dispuestos a ayudarte solo para rescatar a tu coronel, porque hemos sido atrozmente masacrados por los rusos y no ha salido ni una línea en los periódicos. Tenemos que acabar con la matanza de mujeres y niños. Te ayudaremos si al rescatar al coronel, él va al mundo libre y dice lo que pasa en nuestro país". John Rambo, por supuesto, acepta la proposición como un verdadero deber moral.

Hasta aquí va la mitad de la película y el espectador ha tenido que tragarse una hora de propaganda pro-norteamericana, media hora de inmoralidad política, alfabetización sobre los conflictos internacionales y tesis simplistas -y pretendidamente aleccionadoras- de las "razones humanitarias" que impulsan a los Estados Unidos en sus misiones invasoras e imperialistas.

Lo que sigue es la parte esperada: Rambo en acción

Con una intensidad mesiánica, el sobrenatural guerrero norteamericano -ayudado por sus ahora íntimos amigos afganos- irrumpe en el fuerte de los rusos, enclavado en lo alto de una montaña, y desata el infierno en contra de los comunistas que evidencian pésima puntería -entre veinte y armados con sendos AK-47 no pueden atinarle al héroe, que los va aniquilando uno tras otro-, y que son víctimas del enfurecido representante de la "democracia" y el "mundo libre".

En la cinta, el desprecio por la inteligencia del espectador se vuelve a ratos inaceptable. Sin despeinarse, con un look de cabello largo y ensortijado, lustroso por el gel, John Rambo dispara y hace bromas. Rescata a los prisioneros de guerra junto con el coronel y de la mano sube a una afligida mujer al helicóptero de la huida. El soldado americano también le entrega en las manos armas automáticas a sus amigos afganos para que se defiendan de los "invasores".

Segundos más tarde, la acción se desplaza hacia las temidas cavernas de las montañas de Afganistan. Rambo ahí también es un experto y ayudado de sus amigos rebeldes taliban que conocen perfectamente el terreno, embosca a los enemigos soviéticos uno por uno hasta acabarlos a todos (cabe destacar, como dato meramente cinematogràfico, que durante toda la aventura no hay tensión dramática porque se sabe desde siempre que el guerrero saldrá victorioso e indemne).

En el epílogo, cuando los pobres soldados rusos han sido aniquilados en su totalidad, los rebeldes afganos le piden a Rambo quedarse con ellos en las montañas de Afganistan para luchar ahora contra el régimen de gobierno corrupto implantado en su país tras la invasión de los soviéticos. El heroe solitario agradece emocionado el gesto, pero decide continuar sus andanzas por el mundo sin compañía, a seguir su propia guerra interior y a sanar las heridas espirituales que le ha provocado "tanta violencia" entre las naciones.

En los créditos finales una leyenda dice: "Esta cinta está dedicada a la valiente población de Afganistán y a todos sus guerreros mujaidines, verdaderos heroes de la libertad". Por cierto, más de 13 años después y en el marco de los homicidas bombardeos norteamericanos sobre territorio afgano, la película es pura nostalgia y humor involuntario.

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