Dejad a los niños y niñas en paz
Con esta cita de Víctor Hugo termina Ladj Ly su película Los miserables (homónima a la novela del autor de la cita, situada en el mismo barrio donde transcurre parte de la película y que parece no haber cambiado mucho). Ladj, que se ha criado en ese barrio, nos presenta a unos niños desarraigados, habitantes de un lugar que apenas les ofrece nada, con la eterna sospecha de que nunca serán franceses de verdad.
Los bichos los llaman todos, los bichos los menas, objetivo fácil de policías, los sospechosos número uno de cualquier delito (y el delito siempre como posibilidad). La ira y los gritos latentes, a punto de ocurrir.
Y de repente una granada en un centro de menores en Hortaleza, lanzada tras una llamada en la que se anunciaba la Nueva España por venir. Lanzando granadas a niños en situación de exclusión social. A niños.
Pero la granada, de entrenamiento y al parecer sin quitar la espoleta, es lo espectacular. Antes son campañas de criminalización por parte de políticos y periodistas, es Rocío Monasterio en las puertas del centro en Hortaleza proclamando las siete plagas, es el Heraldo de Aragón hablando de Zaragoza como una ciudad sin ley por culpa de estos chavales, son los políticos liberales denunciando una distopía en la Barcelona predisturbios.
De repente nuestras ciudades eran lugares intransitables por culpa de estos niños. Bandas peligrosísimas que atracan, dan palizas y violan en manadas a nuestras mujeres.
Los menas. Los bichos.
Niños.
Porque estos chicos lo tienen todo para ser el blanco perfecto del fascista en busca de votos y periódicos ansiosos de clickbaits. Están totalmente desprotegidos, son extranjeros y son jóvenes.
Y además algunos roban y atracan. ¿Cómo no va a dar miedo si continuamente nos cuentan que un niño extranjero sacó un machete en la Plaza de Lavapiés?
Sí, algunos roban. No por ser extranjeros. Por vivir en la precariedad, en la exclusión, por sentirse abandonados por las instituciones, por un pasado demasiado duro. Es fácil ser carne de drogas y de la calle.
El “mena” viene a sustituir en el imaginario a los Vaquilla de los 70 y 80 o las bandas latinas de hace unos años. Son el mismo patrón. Son los responsables de una delincuencia insoportable en nuestras calles. Una delincuencia que en muchos casos desmienten los propios datos policiales. Pero la violencia de un joven pobre siempre asusta. Y si es extranjero y de países africanos todavía más.
La granada es el primer pitido de la válvula de la olla express en las que se ha ido cocinando un caldo de racismo. Cocinado por instituciones políticas, policía, prensa y oportunistas del odio.
Niños.
Porque no son MENAS, son niños, niños con un futuro por delante. Más allá del discurso progre que nos habla de una defensa de estos menores porque en ellos puede estar el próximo delantero de la selección española o el próximo fenómeno de la música popular, hay que protegerlos porque son niños que están solos, son los desheredados con las manos vacías.
Niñas con las manos vacías.
Niños y niñas que han dejado sus hogares en busca de un futuro mejor. Cuando no han huido directamente de un presente terrible.
MENAS es un término administrativo usado para despojarles de humanidad, para que no podamos ejercer la solidaridad. Que no queramos saber de sus sonrisas, ilusiones y proyectos.
Porque como cualquier joven se ríen a carcajadas y tienen sueños. Y a nadie parece importarle el futuro que quieren construir.
Y quizás alguno marque el gol decisivo en la final del mundial (aunque ya sabemos que en Francia los goles multicolores ganan mundiales pero no cambian los suburbios), otro sea fontanero o informático. Es posible que alguno acabe en una cárcel del Estado.
Pero como sea su futuro, y como es su presente, dirá mucho más de qué tipo de sociedad estamos construyendo que de ellos. Mientras haya una sola persona oprimida no existirá una sociedad libre.
Allí donde existan los de abajo, los desprotegidos, allí estaremos los anarquistas. No habrá futuro posible si se lo negamos a los más débiles.