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Madrid :: 07/07/2015

«Candidaturas unitarias» y movimientos sociales ante las elecciones locales

Colectivo Novecento
La actuación de un concejal proveniente de los MMSS es como la de alguien que limpia un pozo negro: debe protegerse al respirar y bajar con arnés para ser controlado.

Lo que sigue es el relato el primera persona de una experiencia vivenciada a escala reducida (pueblos y ciudades de la Sierra de Madrid), en la que todo parece más evidente, más simple, que en las grandes ciudades. Aun así, algunas de las reflexiones políticas que se suscitan podrían ser válidas a una escala mayor.

Una experiencia personal

Collado Villalba (Madrid), 10 de mayo de 2015. Bajo un sorprendente calor se desarrollaba un acto electoral conjunto de más de diez denominadas «candidaturas de unidad popular» (en adelante «CU») de la Sierra del Guadarrama, que fue el primer acto electoral en el que participé en toda mi vida. No pude evitar sentirme algo incómodo por estar organizando un evento público para pedir el voto: la política de partidos, o la política institucional, no es mi hábitat natural. El centro de aquella jornada fue una ronda de mítines de cinco minutos en los que hablaron los candidatos de cada pueblo. El mitin es un género que se me hace muy difícil digerir, a medio camino entre la arenga militar y una presentación comercial de producto. Pero para casi todos estos candidatos, que a fecha de hoy son ya concejales, aquel era también su primer mitin, su primera creación en un género que, intuyo, tampoco les gustaba demasiado. Acabaron diciendo sin muchos filtros lo que opinaban, lo que proponían, lo que llevan dentro. Y claro que tenían mucho que decir porque, aunque algunos llevaban muy poco militando en partidos, tenían gran experiencia en política local. Trabajaban o habían trabajado en asambleas locales del 15M, centros sociales, despensas solidarias, plataformas antidesahucios, colectivos ecologistas y otros movimientos sociales de escala local.

La existencia de activistas que impulsan partidos es, bajo mi punto de vista, una de las causas que han llevado a que, al menos en la Comunidad de Madrid, los resultados electorales de candidaturas locales avaladas por Podemos hayan sido mejores que los de José Manuel López en las elecciones autonómicas. En la política local las instituciones, las opciones partidistas y los debates políticos tienen una escala reducida, en ocasiones casi humana. Que activistas con experiencia e ideas firmes hayan arrimado el hombro junto a personas recién iniciadas en «esto de la política» y a algunos viejos lobos de mar de partidos ha jugado un papel en cuanto pueda haber de novedoso, de cambio, en las propuestas que emanan de las «candidaturas de unidad popular». La idea de que las «CU» son «más que Podemos» ha sumado interés en el proceso y votos en las urnas.

Pero volvamos a nuestra soleada mañana de mayo. Uno de aquellos candidatos se negó a seguir el formato del mitin, y nos advirtió que nos iba a «contar una historia». La historia, conocida por muchos, de cómo, en la Transición, él y su generación de activistas sociales abandonó progresivamente el movimiento vecinal y sindical a medida que iban redoblando su apuesta por las nacientes instituciones democráticas. Y cómo, en 1982, abandonaron cualquier lucha, en la creencia de que todo quedaba en las mejores manos posibles: las del PSOE de Felipe González.
Concluyó agradeciendo a las nuevas generaciones de activistas la oportunidad que sentía en sus manos de subsanar ese error, de reparar aquella especie de pérdida por descuido. Esta lección ya nos la sabíamos. Y sin embargo, ahí estábamos muchos activistas serranos embarcados en la aventura electoral, creyendo tener algunas claves para que no volviese a ocurrir. Y sin embargo, a 14 días de las elecciones, no nos daba la vida para aportar en nuestros movimientos sociales de origen.

 

Un ideal de relación entre movimientos y partidos

Inmersos ya en el verano, mientras los Ayuntamientos recientemente constituidos buscan establecer sus rutinas de funcionamiento, mi memoria vuelve a los días de la primavera del que tendría que ser el año del cambio, cuando muchas personas estudiábamos por primera vez la Ley de Partidos y la Ley de Financiación de Partidos. Encontrábamos que los partidos tenían una existencia fuertemente regulada y, por unos motivos o por otros, para bien o para mal, eran objeto de controles muy estrictos en su relación con la sociedad, a la vez que su rendición de cuentas al estado parecía más prolija y severa que la de las empresas. La sensación que suscitaba este trabajo de puesta a punto de partidos instrumentales o agrupaciones de electores era que el legislador buscaba partidos desligados de la sociedad y atados a las instituciones del estado. Muchos de nosotros teníamos la convicción de que esto era parte del problema, que había mantenido nuestro activismo lejos de las urnas pero, que en esta ocasión nos había llevado a tentarlas. Porque veíamos posible enfrentar esta situación teniendo firmemente apoyado un pie en nuestro activismo previo a este proceso, mientras con el otro impulsamos las «CU».

En conversaciones con otros compañeros, yo comparaba la actuación de un concejal proveniente de los movimientos sociales con la de alguien que limpia un pozo negro. No solo por la finalidad de su trabajo, sino por la naturaleza arriesgada del mismo: además de protegerse de respirar aquella atmósfera insalubre, debía trabajar con un arnés y cuerda que lo mantuviesen permanentemente unido a un equipo que le ayude y le controle, que no le deje caer en ese aislamiento progresivo que había venido transformando a personas comprometidas con el pueblo en personas comprometidas con las instituciones, aisladas de sus propias bases y de la sociedad.

Frente al error histórico relatado aquella calurosa jornada de mayo, de creer que se entraba en las instituciones cuando eran ellas las que entraban en el movimiento y lo diluían, todo lo que habíamos andado antes y, sobre todo, después del 15 de mayo de 2011, abría la posibilidad histórica de que fueran los movimientos sociales los que entren en las instituciones, y no al revés. Se trataba de crear partidos que, en lugar de ser agentes del pueblo en las instituciones, fuesen pueblo que se organiza para entrar en ellas.

 

Un terrible proceso electoral

Esa idea, que al menos yo he procurado tener como guía, ha sido puesta en jaque día a día a lo largo de un proceso que, lejos de ser idílico, ha tenido que resistir el asedio de enemigos poderosos y cargar con el propio lastre de los errores e injusticas cometidos en el camino.

En muchos casos con tan solo tres o cuatro meses de plazo, se ha tenido que constituir partidos instrumentales o agrupaciones de electores que, ciudad a ciudad, pueblo a pueblo, intentasen ser la expresión un proceso de confluencia, desde la izquierda y más allá de los partidos. Ha habido que afrontar serias limitaciones por los plazos impuestos y por las formas elegidas. Así, este proceso de confluencia ha sido escaso en resultados y muy dispar entre localidades: en bastantes de ellas han ido por separado Podemos, IU y Equo a las urnas (el caso de Collado Villalba, IU y Equo abandonaron la candidatura Cambiemos Villalba). En este «año del cambio», la unidad popular es una asignatura que han suspendido muchas localidades en esta convocatoria de mayo. A los motivos que ya conocemos por la prensa y las direcciones de los partidos hay que sumar otro: hubo muy poco tiempo para estudiar, para construir esa unidad en cada localidad.

Crear las normas y las costumbres necesarias para que las bases confíen en, y controlen a, sus concejales es un proceso que nos hemos visto avocados a acelerar al máximo. Ello ha exigido grandes dosis de generosidad y de tolerancia, capacidad para enseñar y aprender muy rápidamente. Dosis de las que no siempre hemos dispuesto personas de ideología, experiencia política, disponibilidad horaria y condición personal bien diversas. Los avances, en términos de nuevas estructuras, actores políticos colectivos e ideas, son indudablemente grandes. Y, en comparación con otras formaciones políticas, más antiguas o más recientes, el clima de trabajo generado ha sido menos propicio a la proliferación de dinámicas colectivas destructivas, o de actitudes personales mezquinas u oportunistas. Y sin embargo, se han dado a veces esas dinámicas colectivas y esas actitudes personales tóxicas. Y cada vez que ha ocurrido, el impacto sobre el proceso ha sido muy dañino (varios activistas que se implicaron en el duro inicio del proceso lo abandonaron por discrepancias políticas con las formas, más que por los fondos). Porque un proceso abierto y participativo es necesariamente más frágil que otro opaco y sin debates a la luz.

Y es cierto: ha sucedido lo que no debió suceder. Los activistas implicados en este proceso hemos debilitado nuestro nexo con los movimientos sociales en medio del esfuerzo electoral.

Esto ha sucedido en un momento en el que el pulso de los movimientos podría debilitarse por las incertidumbres que abre la Ley Mordaza, por la aparente impasividad del gobierno en las políticas que se combaten desde ellos y por la desesperanza, incluso desesperación, que se acumula en siete años de crisis económica. Mientras tanto, en muchas localidades «el cambio» no llega. Aun arrebatando ayuntamientos a los partidos causantes de la crisis (no solo el PP), el margen de cambio de localidades gobernadas por «CU» es bastante más reducido allí donde el gobierno de la comunidad no ha cambiado de manos. ¿Y si no cambia el gobierno central? Pueden ocurrir muchas cosas, y pueden cambiarse muchas cosas desde los escalones de poner recién conquistados en las instituciones. Pero esa oportunidad no podrán aprovecharla a fondo las personas que detentan los escaños de cambio si se las abandona a merced de esas instituciones viciadas que debemos cambiar.

Por su forma de organizarse, los movimientos sociales permiten generar inteligencia colectiva, acción transformadora y conocimiento transmisible, y en su seno las dinámicas verticalistas, estrategias oscurantistas y conductas arribistas pueden tener un recorrido bien corto. En contraste, parece que la ley (con cierto grado de flexibilidad, es cierto) favorece la consolidación del tipo de partidos en los que todo esto campa a sus anchas. Es por eso, entre otras cosas, que muchos activistas nunca habíamos militado antes en partidos políticos. Es cierto que las «CU» nacen desde la apuesta de hacer las cosas de otro modo pero, como suele decirse, tienen todo por demostrar.
Porque hasta ahora los partidos políticos han despertado oposición y desconfianza en amplios sectores de los movimientos sociales. Esta circunstancia ha afectado también a las «CU» desde su formación, y en varios casos se ha agudizado por los avatares que ya han sufrido de su corta existencia.

 

Un difícil retorno

Y ahora, con las elecciones celebradas y las agendas más despejadas, el reenganche de los activistas está siendo más difícil de lo previsto.
Tanto más difícil cuanto más reacio haya sido su colectivo de origen a este proceso electoral. Recordemos que el proceso ha sido acelerado y, en ocasiones, ha abierto fallas con ideas y sensibilidades corporeizadas en los colectivos sociales. A su regreso a los movimientos sociales de origen, algunos activistas han sido cubiertos con un manto de desconfianza.

Y existe el riesgo real de que, con el devenir conocido de la política institucional, esta brecha se amplíe en los próximos meses hasta romper esa amarra entre partidos instrumentales y nuevos movimientos sociales, entre concejales y el activistas. Para las personas que son ambas cosas a la vez las consecuencias se adivinan demoledoras.

La actual campaña de ataque en los medios y en los tribunales a concejales por su activismo social podría ser la piedra de toque de las posibilidades de metabolismo entre movimientos sociales y «CU». Tal es el caso de Rita Maestre, pero saldrán otros a medida que los servicios de información de la derecha vayan poniéndose al día. Y con la Ley Mordaza en vigor, cabe esperar que activistas implicados en «CU» sean detenidos o multados millonariamente por participar en acciones que consideramos justas y necesarias.

Si estas candidaturas logran salir con una voz única y fuerte en defensa de los cargos electos atacados, pero también si los colectivos en nombre de los cuales se hicieron se pronuncian en la misma línea, será una señal de que sigue siendo posible un metabolismo entre movimientos sociales y «CU», de que comparten principios y objetivos relacionados con el ideal de justicia social y la forma de intervenir en la realidad.

 

Un metabolismo valioso

Si las «CU» quieren mantener sintonía con los movimientos sociales, y cerrar las heridas abiertas en el proceso electoral, será fundamental que mantengan, e incluso refuercen, su apuesta por el asamblearismo (por ejemplo, haciendo realidad esos «soviets» que tanto teme Esperanza Aguirre). Y además, cumplir sus programas —ojalá no hiciera falta recordarlo—, documentos construidos muchas veces de manera participativa, poniendo en juego la inteligencia colectiva acumulada en décadas de activismo.

Los movimientos sociales no se han presentado a las elecciones, y muchos de ellos apuestan por formas de democracia directa, descartando por principio la vía electoral y la entrada en las instituciones. Más allá de defender la labor de sus activistas, estén o no en partidos, no cabe exigirles nada en todo este proceso. En la situación actual, las «CU» necesitan de los movimientos sociales más de lo que algunos de sus militantes piensan, pero no es menos cierto que han conseguido logros que parecía imposible obtener en unos pocos meses. Las «CU» tienen todo por demostrar, pero se han ganado el derecho a que los movimientos sociales les dejen demostrar de lo que son capaces.

Los partidos políticos que realmente buscan un cambio en sus ayuntamientos tienen que romper un denso entramado de intereses creados principalmente en torno a las contratas y la especulación urbanística.
Por ello, al menos a nivel local, es imposible plantear una «nueva política» sin contar con la inteligencia colectiva y la experiencia de colectivos que saben lo que es combatir frente a frente estos intereses, y que han estado en el origen del cambio en el panorama electoral local.

La opción de estos concejales activistas, que han traspasado los límites de su zona de confort y, plenamente conscientes del riesgo que corren, ensayan fórmulas nuevas para conseguir resultados nuevos, no puede calificarse como «venderse a las instituciones». Sí lo sería entrar en ellas sin tener un plan de salida —profesional y político—, esperando aferrarse al asiento o la acción de las puertas giratorias. Si eso ocurre se repetirá el error histórico relatado aquella calurosa mañana de mayo. Y si los movimientos sociales deciden que es inevitable que ocurra, cundirá el aislamiento de estos concejales, facilitando el auto-cumplimiento de su profecía.

Hay que mantener y, sobre todo, aumentar los espacios de encuentro entre candidaturas que buscan hacer política en las instituciones de otro modo y los movimientos sociales que las nutren de ideas, tradiciones organizativas y militantes en los que está depositada la única esperanza mínimamente solvente de cambio en política local. Me refiero a política de partidos, claro.

http://colectivonovecento.org/2015/07/03/candidaturas-unitarias-y-movimientos-sociales-ante-las-elecciones-locales-acercamientos-y-distancias/

 

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