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Madrid :: 28/05/2011

A Sol se le acaba el tiempo para tomar decisiones

Aritz Intxusta
A partir de hoy, las asambleas se expandirán a los barrios. Necesitan más tiempo para estructurarse y zanjar los debates abiertos. Mañana deciden si se marchan.

La acampada de la puerta del Sol se ha estabilizado. Funciona como una pequeña ciudad utópica en la que no existe el dinero y donde la política impregna todas las conversaciones. Pero, aunque sobre infraestructura, su tiempo se agota.

Tengo 25 años, se me ha acabado el paro. Hace seis meses que no encuentro nada. Duermo aquí desde hace diez días y aquí me quedo hasta que cambie algo». Así se explica Pedro, un «indignado» de la Puerta del Sol. Él no toma la palabra en las asambleas, tampoco levanta la mano para votar. Sin embargo, está dispuesto a resistir hasta el final. «Cada uno ha venido por un motivo distinto. Yo, porque no tengo trabajo, otros porque no tienen casa o por sus ideas... Confío en la asamblea y lo que decida estará bien», afirma.

A los acampados de Madrid no les gusta dar su nombre, quieren mantener, en lo posible, su anonimato. La noche del jueves y a lo largo del día de ayer, llovió, pero los tenderetes y la suerte de jaimas que han brotado en la Puerta del Sol aguantan bien. El agua casi se agradece, pues el calor roza lo insoportable. El jueves tuvo que suspenderse la asamblea de las tres de la tarde, porque el sol apretaba demasiado. Por las mañanas, las infraestructuras de la pequeña ciudad están ya sobredimensionadas, pero funcionan bien. Es a media tarde cuando llega el momento fuerte, cuando vuelven a ser miles.

La mayoría de los acampados despertaron pronto. «A las ocho y media ya estaba arriba. Teníamos para desayunar cereales», dice Miguel. «La comida es buena aquí. Si tienes hambre, comes. Hay de todo». En Sol no existe el dinero y, aun así, la infraestructura no parece resentirse. Han donado hasta unos baños públicos. El puesto de comida Alimentación 3 superó ayer por la mañana una nueva inspección de sanidad, que llevaron a cabo dos funcionarios del Ayuntamiento.

«Yo voy y vengo, no me quedo en la acampada», explica uno de los voluntarios de Alimentación 3, donde el agua se guarda en botijos para que esté fresca. Sobre la barra, también hay un botellón de agua, de 5 litros, lleno de leche con cacao. La gente pasa y se sirve un vaso. Todo proviene de tiendas que se solidarizan con la causa. Cuando se quedan sin algún alimento básico, se lanza un aviso por megafonía y con eso basta para que la despensa se vuelva a llenar. Los voluntarios de Alimentación 3 están molestos con la prensa, que recoge las quejas de los comercios de alrededor, que aseguran que venden menos desde que comenzó la acampada y que, ahora, incluso afirman que la acampada ha hecho que se pierdan 1.500 puestos de trabajo.

«Con los comerciantes se llegó a un acuerdo. Está arreglado, nos hemos alejado y dejamos un paso lo suficientemente amplio», aseguran. Desde que se recibieron las primeras críticas, una línea verde marca los límites de la acampada, respetando cinco metros de distancia con los edificios, para no molestar. Los acampados cumplen con su parte y la Policía española también, no se atreve a atravesar la línea verde.

Normalidad en el campamento

La imagen de un jubilado barriendo desde una punta del campamento mientras un joven con cresta roja avanza escoba en mano desde el lado contrario, ejemplifica la normalidad y el afianzamiento de las tiendas de Sol. Por la mañana llegan los curiosos, los turistas y los medios de comunicación, que buscan pescar un testimonio nuevo, una cara nueva que cuente algo distinto.

Sol se ha estabilizado, no crece, pero se mantiene. Lleva dos semanas en pie durante las que se ha desarrollado una intensa actividad política, con charlas, debates y asambleas. Sin embargo, apenas ha tomado decisiones trascendentales. Los debates están todavía verdes y el movimiento aún está lejos de estructurarse. Las asambleas siguen siendo multitudinarias y eso provoca que, en muchas ocasiones, se eternicen sin llegar a acciones concretas y se divague demasiado. En Sol, además, conviven dos almas, los posibilistas y los radicales, antisistema.

El grupo matriz, Democracia Real Ya, mantiene postulados moderados y cree en la legitimidad del actual sistema como interlocutor. Por ejemplo, ve viable que las conclusiones que se refrenden en las asambleas se tramiten como iniciativas legislativas populares, mediante recogidas de firmas. Sin embargo, Democracia Real Ya no controla el campamento, aunque lo apoya. La capacidad decisoria ha recaído prácticamente desde el primer día en la asamblea, y ésta no ha decidido aún si sus propuestas se defenderán como iniciativas legislativas populares o si, por el contrario, se reivindicaran en la calle, de forma paralela a los poderes políticos. En consecuencia, de momento, no se recogen firmas, aunque sí nuevas propuestas.

Falta de atar la estrategia en cuanto a objetivos. No se ha decidido todavía si se deberían marcar metas fáciles de conquistar, para que la plataforma emergente pueda ir apuntándose tantos, o si, por el contrario, se van a reivindicar cambios más radicales, que impliquen reformas en profundidad del Estado y en la economía, lo que convertiría a este movimiento en algo duradero. Mientras tanto, en la asamblea de ayer, los discursos más apoyados eran los que solicitaban más tiempo, quienes afirman que la prisa puede ser contraproducente. Pedían tiempo para estructurarse. Hay demasiados cabos sueltos aún como para que germine un sujeto político cohesionado y con un discurso firme.

Pese a la necesidad de afianzarse y a que la estructura lo permita, los acampados sí son conscientes de que su tiempo en la Puerta del Sol se agota. Por eso, sí que han tomado una decisión valiente y algo arriesgada: llevar el movimiento asambleario a los barrios y continuar trabajando desde allí, con lo que cabe la posibilidad de que el movimiento comience a trabajar a distintas velocidades o que se agote a sí mismo. De momento, la experiencia piloto en barrios se realizará hoy mismo.

Dispersión o resistencia

La decisión de moverse a los barrios pondrá a Sol en una nueva encrucijada. Tendrán que decidir si levantan el campamento y entregan todo el poder a los barrios de forma inmediata o si resisten un poco más, hasta que los barrios sean capaces de actuar por sí mismos. Al parecer, este dilema se resolverá en una gran asamblea mañana domingo.

Por el momento, el campamento mantiene su fuerza dos semanas después de que empezara todo. Cuando cae la noche y el mercurio concede una tregua, la plaza congrega a miles de personas y varios cientos de ellas se sientan en el suelo, formando un hemiciclo, para participar en las asambleas informativas y en las decisorias.

«Todos los días nos dicen que tenemos futuro y es una gran mentira. Te mienten para que no hagas nada, para que no labres tu propio futuro, para mantenerte quieto», se escuchó en la asamblea informativa del jueves, en boca del poeta y filósofo Agustín García Calvo, que se reveló contra la estructura en comisiones que empieza a tomar el movimiento. «Debemos continuar de manera más dispersa y con mayor extensión. Esta no es un movimiento españolista, sino que es un levantamiento contra los ataques al estado del bienestar», continuó el filósofo zamorano.

Éste es otro de los grandes quebraderos de cabeza en la plaza del Sol. Medir y calcular cuál es el efecto contagio de la «spanish revolution». Una de las jaimas lleva por nombre «Extensión» y hace un seguimiento del efecto contagio que tiene el campamento. Al parecer, ha prendido una pequeña mecha en Italia, pero de momento sabe a poco. En Madrid, están locos por saber cómo están los campamentos de Euskal Herria, en el resto de ciudades del Estado español y sueñan con que la protesta salte con fuerza a Italia, Grecia y al resto de Europa.

Instantes después de que la Policía catalana cargara sobre el campamento de Barcelona, el megáfono de Sol corrió la noticia por las tiendas, desatando gritos de apoyo y contra las fuerzas de seguridad. Sus voces llegaron hasta los uniformados que aguantan, pacientemente, al otro lado de la línea verde. Por el momento, siguen sin portar equipamiento antidisturbios.
Gara

 

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