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Madrid :: 31/01/2010

El barón Haussman sube a los cielos

Grupo surrealista de Madrid
Consideraciones sobre los aspectos económicos, políticos, mediáticos, psicogeográficos y existenciales de la videovigilancia en general y de Lavapiés en particular

¡No, todas las cosas extrañas, inquietadoras y escalofriantes del barrio Chino barcelonés, como los del Chinatown londinense o los del barrio neoyorkino su tocayo, no existen sino en la leyenda!... No; estas cosas para poder ser han de poseer clandestinidad. Os aseguro que para poder acabar con él no hay mejor sistema que tolerarlo y... vigilarlo. Un barrio sospechoso donde todo el mundo haga lo que quiera, pero donde al primer delito (...) esté la policía allí, dejará de ser pecaminoso y será inocente como un baile benéfico de damas catequistas.
Antonio de Hoyos y Vinent, 1930

Puesto que Lavapiés es un barrio poblado por mahometanos, beduinos, cabileños, cafres, zulúes, pigmeos, patagones, mayas, mohicanos, esquimales, coolíes, mongoles, tasmanios y canacos, por no hablar de algunos indígenas residuales que muchas veces son los peores, la autoridad competente ha decidido decorar sus calles con adornos, tecnológicos por supuesto, pero que por su apariencia sin duda recordarán a estos salvajes su terruño natal. Por eso se han levantado unos airosos soportes de metal sobre los que descansan cual ídolos pánicos unas utilísimas cámaras de vigilancia, a la manera de un tótem del siglo XXI que deberá ser adorado y temido como los tótems del pasado. Por otro lado, ¿no disfrutaban los madrileños de finales del siglo XIX de los zoos humanos, esos visionarios prototipos de parque temático donde se podían observar en vivo y en directo las curiosas costumbres de cualquier tribu ignota rescatada de la selva por un intrépido empresario de circo? Gracias al ojo que todo lo ve, Lavapiés podría convertirse en un enorme zoo humano en el que contemplar los juegos, hábitos, idas y venidas de sus especímenes, y con un poco de suerte, como pasaba en el zoo humano de antaño, un parto y hasta una muerte, preferiblemente violenta, pues ya se sabe cómo son los pueblos primitivos[1]…Que se conecte la red de videovigilancia a una cadena de televisión especializada en reality shows y el rizo estará rizado y el espectáculo garantizado.

Por lo demás, ¿no han preparado el terreno este tipo de programas a la videovigilancia policial? ¿No desea el ciudadano ser grabado para sumarse a las estrellas de la programación? ¿No está la vida tan programada, que en realidad no hay por qué temer que nos graben porque no hay nada en nuestra vida que inflija la norma, cualquier norma, y merezca la pena ser grabado? ¿No es eso al menos lo que se está intentando y por eso se transforma el barrio en plató, y la calle en decorado? Responder a estas cuestiones sobre la videovigilancia es tan importante o más que responder al poder que pretende vigilar, y desde luego apunta al centro del objetivo bastante más que las fantasías truculentas que sobre la delincuencia o el terrorismo islamista utiliza para justificarla y legitimarla.

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